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SOBRE EL LAZARILLO DE TORMES: "UNA HISTORIA MÁS REAL DE LO QUE PARECE" (Francisco Rico)

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En 1553, o acaso a finales de 1552, empezó a circular por España un tomito de aspecto humilde (64 folios en octavo, es decir, en formato de bolsillo) que no ha llegado hasta nosotros pero que hoy podemos reconstruir con la ayuda de las ediciones conservadas a partir de 1554. En la cubierta se leía: “La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades”. Tenemos la certeza de que el texto no respondía siempre fielmente a la voluntad de quien lo compusiera, y ese título, en concreto, sin duda le era ajeno (entre otras razones, porque al lacerado protagonista se le llama “Lazarillo” sólo una vez en todo el relato, y sólo por hacer un chiste, mientras él insiste en que su nombre no es otro que “Lázaro de Tormes”). En cualquier caso, el epígrafe inventado por el primer editor hacía al librillo todavía más desconcertante: un rótulo similar hubiera sido comprensible para la biografía de un santo o la crónica de un héroe, pero, ¿quién demonios sería ese fulano desconocido de todos?

El contenido satisfacía cumplidamente la curiosidad. Lázaro de Tormes es un pregonero de Toledo que cuenta en primera persona, estilo llano y tono jocoso cómo ha llegado al “oficio real” (a ser funcionario, diríamos ahora) y a las circunstancias familiares en que se encuentra en el momento de escribir. Nacido en un molino a orillas del Tormes, a un tiro de piedra de Salamanca, su madre, viuda y necesitada, lo puso al servicio de un ciego cuyas astucias y malas artes le abrieron, paradójicamente, los ojos a la vida. Entró después en casa de un clérigo infinitamente avaro, con quien hubo de reñir una batalla tan tenaz como ingeniosa (y al cabo sangrienta) para no perecer de hambre. Su tercer amo fue un presuntuoso escudero arruinado, al que no obstante Lázaro terminó por cobrar cariño, hasta el punto de mendigar para mantenerlo. Un vendedor de bulas (presumiblemente falsas) le enseñó luego a callar y no meterse en asuntos que no le concernieran muy directamente. Tras una temporada con un alguacil, en un quehacer arriesgado e ingrato, Lázaro, en fin, ha conseguido un empleo de pregonero municipal, gracias a la protección del arcipreste de San Salvador, con cuya criada, además, se ha casado y vive feliz. Es en esa etapa cuando Lázaro de Tormes se resuelve a consignar la relación de todas sus pasadas “fortunas, peligros y adversidades”, para dar así contestación a la pregunta de un corresponsal anónimo (a quien trata de “Vuestra Merced”) acera de cierto episodio que en los primeros párrafos queda sin precisar: “Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso…”. Pero en las últimas páginas se descubre que el episodio en cuestión son los rumores que corren por Toledo sobre si la mujer del pregonero es o no barragana del Arcipreste: “Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso…”. Sólo entonces se advierte, retrospectivamente, que las estampas autobiográficas que Lázaro ha ido presentando a lo largo de la carta a su merced están en buena parte orientadas a explicar el comportamiento que practica o los toledanos le atribuyen en relación con tal “caso”: transigir con la situación y no abrir la boca, para no perder la modesta prosperidad y el relativo bienestar que a la postre ha conseguido.


En los dos mil años de la literatura occidental no se había escrito otro libro como ese que al mediar el Quinientos llegaba a las manos de los españoles (y pronto de todos los europeos, traducido al italiano, al francés, al inglés, al alemán, al flamenco y hasta al latín). Pocos podían rivalizar con él en gracia y en ingenio, a la vez que en una ironía benévola –y sin embargo implacable- alzada a visión del mundo relativista y rebosante de humanidad. Es posible que nunca antes un personaje de la pobre categoría de Lázaro hubiera recibido una atención tan amplia y tan minuciosa, tan respetuosa con el punto de vista que un pregonero en sus condiciones. podría haber tenido de sí mismo, y tan centrada en la materialidad y en los pormenores cotidianos de la existencia. Pero, como sea, nos consta que no se conocía ningún otro relato en prosa con las singulares características, con la insólita ontología –digámoslo así-, del Lazarillo de Tormes. Porque el tal librillo ¿era historia o era ficción?


Ficción no lo parecía, porque hacia 1553 no tenía curso corriente ningún género de prosa de imaginación que se atuviera íntegramente a los criterios de probabilidad, experiencia y sentido común que gobiernan la vida y el lenguaje de todos los días. Desde luego, como se presentaba era como historia, como “carta mensajera”, en principio estricta y escrupulosamente verídica, a la manera de tantas otras que entonces estaba de moda publicar. (De ahí que al verdadero autor no se le pasara por la cabeza revelarnos su nombre, que sigue ocultándosenos, y probablemente sin remedio: en rigor, el Lazarillo no es un libro anónimo, sino más bien un libro apócrifo, atribuido a un falso autor, el propio protagonista, Lázaro de Tormes.) Nada de cuanto en él se refería, en efecto, llevaba a pensar en los temas y en los modos distintivos de la ficción literaria en la edad del Renacimiento; todo, por el contrario, estaba poblado de cosas y personas tan vulgares, tan naturales y, en apariencia, tan verdaderas, que en la época no podían despertar ninguna sospecha de ser pura creación de un fabulador. Todo, digo, salvo un primer detalle: todavía en los comienzos de su carta, Lázaro contaba el amancebamiento de su madre con un esclavo negro. Lo hacía con delicadeza y afecto, pero no lo encubría. Y ¿quién en el siglo XVI se hubiera atrevido a escribirlo poco menos que con todas las letras? El dato no podía sino levantar un serio recelo (¿no sería todo aquello una patraña?), y a partir de ese momento el lector forzosamente tenía que escudriñar el texto con cien ojos, decidido a comprobar si en alguna otra parte se infringía la presunción de veracidad con que lo había empezado. Pero a partir de ahí, y hasta la página final, a Lázaro no volvía a escapársele ni una línea que pudiera tacharse de inverosímil o inaceptable. La duda se desvanecía en los dos últimos folios, donde el pregonero descubría otro episodio paralelo pero aún más vergonzoso que los amores de su madre: las relaciones de su mujer y el arcipreste. Per hasta llegar al desenlace el lector había de sentirse obligado a seguir la carta a su merced con la sospecha de que toda ella podría ser mentira, pero comprobando a cada paso que nada dejaba de parecer verdad.










El Lazarillo lograba así que por primera vez en la literatura de Occidente una narración en prosa fuera leída a la vez como ficción y de acuerdo con una sostenida exigencia de verosimilitud. Así se abría la mayor revolución literaria desde la Grecia clásica: la novela realista.


Francisco Rico



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Para ir al Lazarillo de Tormes



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