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LAS MUJERES DE BÉCQUER (Jesús Costa)

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Julia Espín


Correa: Más bien lo cambió. Os advertí que no saldría bien. Gustavo necesitaba a la madre que tuvo la desgracia de perder a los diez años. Pero una mujer difícilmente acepta este papelón de doble maternidad. Era una chica joven algo descuidada por su marido, y sucedió, por darle celos, el desastre:

Yo con Casta me casé,
porque la creía casta;
ya por casta la adoré
y hoy reniego de su casta.


Blasco: ¿Cómo se explica que después de la pasión malograda con su Julia y no comprendida, fuese a caer en las vulgaridades de un matrimonio absurdo? Aún vive su viuda, a la que no he de negar honradez, carácter tranquilo y cualidades de mujer de su casa. ¿Pero es ésta la mujer del poeta? ¡Ah! El poeta no debiera tener nunca mujer: el matrimonio es enemigo mortal de la vida imaginativa; Bécquer fue desgraciado en sus pasiones, pero debió de serlo aún más en su vida doméstica. Imaginad a un hombre dotado de todas las altas cualidades que constituyen el genio, condenado a vivir con un ser vulgarísimo. Vulgar la novia, vulgar la esposa. ¡Qué tristes destinos! ¿Fue despecho? ¿Deseo de contrarrestar aquella ambición de sed de ideal que le devoraba?

Ferrán:

Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho y mañana
digámonos ¡adiós!

Nombela: Podría tener Casta de veintitrés a veinticuatro años cuando yo la conocí; agraciada como la mayoría de las mujeres de la edad que representaba, nada de extraordinario se notaba en ella; era al parecer una de tantas señoras como hay por el mundo que desempeñan en una casa funciones útiles, que pueden ser y son fieles esposas y excelentes madres, sin perjuicio de pasar un buen rato conversando con las amigas de las contrariedades domésticas, de las torpezas y picardías de las criadas y de otras cosas por el estilo. Deduje de aquella rápida impresión que mi admirado amigo tenía una mujer de su casa, y pensé, sin que el tiempo me haya hecho cambiar de opinión, que no se casó, sino que le casasteis.

(...)

Reparaz: A nuestra casa concurrían literatos y artistas. Los más asiduos, los dos Bécquer: Gustavo y Valeriano. Ambos eran muy amigos de mi padre. Mi madre intimó con Doña Casta. Oíale sus cuitas (quejándose de exceso de poesía y de escasez de cocido), mientras Gustavo Adolfo oía la música de mi padre. El cuadro era éste: mi madre y Doña Casta cuchicheaban en el cuarto de costura; Bécquer, tumbado en el sofá, caía en éxtasis, y con los ojos cerrados escuchaba inmóvil; yo, sentado sobre un montón de sonatas alemanas, escuchaba también muy quieto.

Correa: ¡Falta de cocido, vaya por Dios! ¡Como si se pudiera hacer poesía con la tripa llena! La poesía nace del sueño y del naufragio. Gustavo se vio obligado a mejorar, aunque no lo bastante para Casta,y fue conocido como redactor de El Contemporáneo, y, contra lo que pensaba y deseaba, se ayudó de la política. Se fue dejando llevar y comenzó a vivir lo que se dice bien, con criadas, cuando le protegió González Brabo, que le admiraba. Se convierte en un influyente literato con un cargo público de 20.000 reales. Entonces, Julia volverá a aparecer en la vida de Gustavo.

Ferrán: Tienen buen olfato las mujeres. Y no toleran rivales.

Floro: ¿Lo dices por la Marquesita del Sauce?

Ferrán: Gustavo también intentó quemar sus cartas.

Floro: Amó en ella el lujo que la rodeaba; pero no bastándole este marco esplendoroso, ni los atractivos de la línea aristocrática, quiso penetrar en el corazón de aquella mujer, predispuesta a la sensualidad pero que desconocía las idealidades de la pasión que Gustavo deseaba. Este consumió todas sus energías juveniles en animarle en el quid divinum del amor, y en esta empresa imposible gastó su alma y su cuerpo.

Ferrán: Fue antes del matrimonio con Casta, pero seguro que Julia no perdía ripio de la ascensión del redactor de variedades y salones de El Contemporáneo.


(...)


Esta historia galante continúa en el palacio de Recoletos, camino de la Puerta de Alcalá, construido según el gusto francés y al estilo de las mansiones de los Rothschild, circundado por magníficos jardines y grandiosos invernaderos en los que se cuidaban las plantas más escogidas de Holanda, Italia y los países tropicales. El lujo de sus salones acogía al Madrid representativo de la cultura y del ingenio, y en ellos Julia, cuando sus compromisos se lo permitían, regalaba a Salamanca, en justa correspondencia a sus atenciones, con su voz en conciertos que deleitaban al magnate. Alguna vez, aunque de refilón, cruzaron sus miradas Julia y Gustavo en las animadas fiestas de Salamanca.
Pero el encuentro definitivo sucedió en el Teatro Real, al que don José era muy aficionado y, en donde por aquellos años triunfaba el bel canto. Era uno de los teatros de ópera mejores del mundo, y a él concurría, junto a la reina, el público más selecto. Fascinaba el deslumbrante el juego de luces y el atavío lujoso y elegante de las damas, algunas muy hermosas, con sus escotes, sus hombros desnudos y las joyas que lucían. Los caballeros, de rigurosa etiqueta. En el ambiente, un olor de suaves perfumes.
En las localidades altas, anfiteatro y paraíso, se reunían los entendidos. Podían consagrar o hacer fracasar a un cantante. Los corrillos del paraíso eran verdaderas tertulias musicales.
Pues bien, Salamanca tenía alquilados varios palcos a los que iban sus amigas, unos encima de otros, para evitar que se viesen mutuamente. El tenor Mario cantaba, aquel año 68, antes de la revolución, El barbero de Sevilla, y había invitado a su buen amigo Gustavo. Salamanca, por su parte, convidó a Julia Espín, que el año anterior había actuado en la Scala de Milán y en el 69 lo haría en Rusia.
Durante el entreacto era normal el visiteo de los caballeretes a los palcos para cotillear, iniciar algún flirt o establecer un diálogo furtivo que hacía encantadoras las Noches del Real. Gustavo había dejado un momento a Casta y nos subió a ver. Y la encontró. Un mundo de recuerdos de súbito emergió desde el rincón del olvido donde estaban sepultados. Y se hablaron, olvidando los pasados desencuentros. Con el tiempo, Casta llegó a maliciarse algo, puesto que las relaciones se reanudaron de modo más franco, y orquestó todo el drama de Noviercas, en donde le fue infiel a Gustavo, y que acabaría con la separación.
Nuestro amigo moriría en el año 70, y Julia se casa tres años después. Esta es la historia real.

Valera: De todos modos, no creo que añada nada a la gloria de Gustavo saber estas cosas. Yo fui compañero de redacción de Gustavo en El Contemporáneo, y ahora me parece empeño inútil e imposible averiguar y declarar quiénes fueron las mujeres de las que Bécquer anduvo enamorado: la que hablaba con él como Julieta, en el balcón donde anidaban las golondrinas y donde se enredaban las tupidas madreselvas; la que le dirigió mirada tan beatificante que le hizo exclamar "¡Hoy creo en Dios!"; la que con su mano de nieve arrancó melodiosos sones del arpa olvidada; la que por infidelidad y traición hizo comprender al poeta por qué se llora y por qué se mata; la que, encerrada en el claustro, dejaba oír su voz cantando maitines, cuando, en el silencio de la noche, rondaba el desvelado poeta en torno del monasterio; la que prueba, con la sola afirmación de que es, que la poesía será siempre; la que evoca por su mero recuerdo el amor que pasa, entre olas de armonía alborozando la tierra con batir de alas y rumor de besos, y la que amarga y quizá acorta el vivir del poeta, cuyo espíritu se propone aguardarla a las puertas de la muerte para decirle cuando ella llegue, todo lo que él hasta entonces ha callado. Yo me atrevo a sospechar que ninguna de estas mujeres vivió jamás en el mundo en que todos corporalmente vivimos. Son estas mujeres de la imaginación de Gustavo las que me interesan, y menos las reales, como la dichosa marquesita, con la que, en efecto, hubo galanteo. Pero lo hubo con casi todos los "saloneros" del periódico, y no era Gustavo el único. Era mejicana la interfecta, aunque de familia noble castellana. No sé realmente hasta donde llegó el amor, pero provocó cierto escándalo la ligereza de la muchacha y la familia acabó retirándola del ambiente madrileño, pues aspiraban a un buen partido.

Ferrán: Escasa fortuna la de Gustavo.

Correa: Por escasa le pasaban estas cosas, y por tomar demasiado en serio el amor.


(...)


Floro: Su concepto del amor no era de este mundo.


(...)


Ferrán: Por eso escribió: "He pasado los días más hermosos de mi existencia aguardando a una mujer que no llega nunca. ¿Dónde me han dado esa cita misteriosa? No lo sé. Acaso en el cielo, en otra vida anterior a la que sólo me liga ese confuso recuerdo. Pero yo la he esperado y la espero aún, trémulo de emoción y de impaciencia. Mil mujeres pasan al lado mío: pasan unas altas y pálidas, otras morenas y ardientes, aquellas con un suspiro, éstas con una carcajada alegre y todas con promesas de ternura y melancolía infinitas, de placeres y de pasión sin límite. Este es su talle, aquellos son sus ojos y aquel el eco de su voz, semejante a una música. Pero mi alma, que es la que guarda de ella una remota memoria, se acerca a su alma... ¡y no la conoce!... Así pasan los años y me dejan sentado al borde del camino de la vida..., ¡siempre esperando! Tal vez viejo, a la orilla del sepulcro, veré con turbios ojos cruzar aquella mujer tan deseada, para morir como he vivido...; ¡esperando y desesperando!


Jesús Costa
de La Quinta del Espíritu Santo, 1995
(Accesit Premio de Narrativa
"Puente de Ventas"
del Ayuntamiento de Madrid)




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