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JAIME SILES, EXÉGESIS O ELEGÍA (Jorge Rodríguez Padrón)




Escritura siempre en el límite, la poesía. No corroboración, asombro de ver lo invisible, de decir lo inefable. El poeta -bordeando una orilla- en el abismo de un no saber inquietante pero sugestivo; en ese espacio, su palabra dada. Repite el tiempo vivido la novela -garrulería de la novelería-; la poesía alumbra un lugar primero, original. Esa radicalidad -la de Jaime Siles- dejaría al descubierto el fraude de los novísimos, afeites y mimetismo para disimular dependencias menesterosas; otros se han empecinado en perpetuarlas. La de Jaime Siles, escritura del rigor y la complejidad: despojamiento progresivo de la memoria hacia el principio (luz) de una nueva dimensión (revés o hueco) de la existencia, de las cosas: vértigo de la nada, de la sombra, del eco, clausurando toda posibilidad de retorno ("mi ayer son algas de pasión,/ luces de espuma"); y la palabra -biografía sola- se torna signo (cuerpo) de lo alumbrado: contundente esplendor, fragilidad de sentido. Dicha y al mismo tiempo borrada, su forma es silencio o aire o agua, espacio -y tiempo- de la plenitud. Experiencia, pero también debate. Alcanzada la revelación, y ya trascendida, el poema la criatura nacida de la cópula entre conocimiento y deseo.

La pauta (canon), un orden musical, no "una concepción acústica del estilo", como sentenciara Borges (no sin razón, por cierto) de los escritores españoles. Sus partes "entran sucesivamente y cada una repite la misma figura melódica o rítmica de la primera voz": contrapunto y circularidad, el movimiento; posibilidades combinatorias -contactos fugaces, mudanza sin fin- de cuerpos, labios, sangre, besos: una constelación perfecta, pero transparente. Certeza de la nada, una forma de habitar la muerte: "Bajo un espacio cóncavo, el presente se alarga". Aire, luz, silencio, las presencias del poema; formas siempre una y siempre diversas. No juegan emociones del intelecto; el deslumbramiento de la visión, momento (movimiento) del comienzo de la eternidad, evidencia mayor de la proliferación de sentido. La escritura (lectura), un paso (salto) que es diálogo con la figura intelectual (alegoría), camino del ser, de su compleja identidad. Exégesis. Pero poética (no esperemos una interpretación): la sensualidad de la palabra, su vigor; lo presuntamente cerrado, pluralidad sugerente del conocimiento poético, que no es filosófico, ni histórico. Asciende en la transparencia (la penetra) hasta una música de agua: verticalidad de esta materia, impulso de esta construcción (sólida pero de aire) de sonidos que son el lenguaje que en otro rebota, que al otro interroga.

Algo que no es poema, su correlato (tratado de ipsiedades, identidades afirmadas en recíproco decir): una integración del "ritmo conceptual del castellano [en el] ritmo pensante que tienen y son el griego y el alemán". Lo antes iniciado, experiencia confirmada (conformada) ahora: cuerpos y sombras, voces y ecos, mirándose, dialogando en un pórtico de aire sustentado por nítidas columnas (formas, cosas, lugares), "plena afirmación vital en que la experiencia de realidad se convierte en experiencia de lenguaje". ¿No lo ha sido, acaso, esta escritura desde su comienzo? La palabra, allá, buscaba el objeto, cuerpo (sitio) donde encarnar; aquí, sonido, objeto y transparencia. ¿No son ambas, por serlo de realidad, experiencias de lenguaje? ¿No se cumplen, la una y la otra, a medida que delimitan el espacio de una excentricidad, de su diferencial Lo que sigue, una reincidencia: 

Ninguna experiencia es poética si se
detiene en la comunicación.
No forma de un tiempo (o de su tiempo
o para su tiempo), forma que instaura
el suyo propio, contrario -por principio-
a la seguridad torpe de las cosas,
del mundo, del lenguaje


el discurso, aislado, rotando sobre sí mismo (¿lapsus de preservación o desconfianza?) hasta que el poema, poco a poco, "objetiva la presencia real, da claros referentes", cede a la restitución. La escritura regresa a su centro, se centra. 




No el placer de la intensidad luminosa, pedir (y dar) razones; no la posesión fecundante de lo desconocido, sorpresa de lo habitual. Semáforos, semáforos (¿qué luz ahora?), en la fragilidad superficial de los pequeños sucesos cotidianos. Dispersión, tiempo de atrapar el instante que se va: la realidad, sólo preconcebido artificio, ¿dónde la doblez inquietante de la alegoría? El poema para decir algo, para que se corresponda al tiempo agotado: experiencia no de realidad, de la sabiduría de la realidad. Hay deslumbramiento y color y atractivo sensual, pero no es principio (hacia el conocimiento), petrificado final de las inscripciones ("El paso de los años (...) ha diluido/ aquel que era en otro yo que está,/ como la imagen misma de lo sido,/ en la metáfora, no en la identidad"). Elegía. Desde la nostalgia de lo concluso, "la bajura/ me dicta este mensaje"; en la aceptación -dócil- de materiales y fórmulas reconocibles, la escritura un a posteriori.
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Ninguna experiencia es poética si se detiene en la comunicación.  No forma de un tiempo (o de su tiempo o para su tiempo), forma que instaura el suyo propio, contrario -por principio- a la seguridad torpe de las cosas, del mundo, del lenguaje; ahí, su carácter subversivo, conversión y comunión. Territorio final (y primero) donde la poesía de Jaime Siles consumiera sus plazos iniciales; estado de adolescencia, imprescindible para que la escritura se movilice hacia un alumbramiento. Alcanzados los extremos que en Canon se precisan, yendo el lenguaje desde allí a la transparencia (trascendencia) de una música de agua, mi propuesta (acorde con la primera y fundamental del poeta: "¿cómo tocarla, cómo penetrar en su corazón transparente?") habrá de ser: ¿qué escritura puede originarse en aquella periferia de la experiencia, al otro lado de lo que es decir algo, servir para algo? Más difícil -y arriesgada- que la parálisis ante el silencio; menos complaciente -sin duda- que la sumisión a las formas habitadas por el tiempo: una lección (lectura) de inversión del mundo, de iluminación inquietante de ese revés.


Jorge Rodríguez Padrón
de UNIR


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