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ARTERIOESCLEROSIS DEL CIPOTE (Camilo José Cela)

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Don Bonifacio de Adrumeto Sarmiento y Gómez, alias Guagicapón, de oficio oboe de la Banda Municipal y de aficiones sobre las que más vale correr un piadoso y bien tupido velo, se encaró con don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas Premiot de Chantal y Méndez, alias Ajonjolí Espesito, el canónigo penitenciario de la Santísima Trinidad de Valdepeñas y primo segundo de mi madrastra, y fue y le dijo, dice, dijo:

--Para que usted lo sepa, don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, que está usted muy confiado y cualquier día se le caen a usted las partes en el mingitorio o en el desayuno, en un descuido o en un mal movimiento, un suponer: Las tasas altas de colesterol y de triglicéridos, así como los fallos cardíacos o cerebrales, van en detrimento de la lozanía del cipote.

--¡No me diga!

--Tal como usted lo oye, amigo mío, tal como usted lo oye: Contra más colesterol, más castidad, y váyase lo uno por lo otro, que a la fuerza ahorcan y a quien Venus no se la empina, que San Estanislao de Kotska se la bendiga. Amén.

--¡Qué prodigioso equilibrio de las esferas!

--Hombre, la verdad es que yo no lo veo muy claro pero... ¡Si usted lo dice! Por unos instantes me recordó usted a Galileo Galilei o a Copérnico.

--Bueno, ¿qué más da?

--Don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, en el fondo de su conciencia despreciaba a don Bonifacio de Adrumeto pero, como era persona bien educada y de principios, aunque quizá con el índice de colesterol un poco alto, eso así, procuraba disimular y echar balones fuera.

--Más vale no tener líos, -recapacitó Ajonjolí Espesito para su coleto-, no merece la pena. Este Guagicapón es una marica de vertedero pero, en fin, ¡allá él!

--¿Que con pan se lo coma?

--Pues, sí; que con su pan se lo coma y que no maree al paisanaje. 

--Don Bonifacio de Adrumeto tenía una nube en un ojo.

--¿De la cara?

--Sí, claro que de la cara; no sea usted mal pensado.

--Y la nube del ojo de la cara de don Bonifacio de Adrumeto, según anduvieran las isobaras, era estrato, cúmulo o cirro, que en la variedad está el gusto.

--En eso le doy a usted la razón aunque con reparos.

--Marcial Ceneque, el comentarista de don Bonifacio de Adrumeto, le dijo a Marcial of Gakkal, el albacea testamentario de don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas:

--¿Usted piensa como don Felipín Massinger, dramaturgo inglés, a caballo de los siglos XVI y XVII, que más vale ser esclavo del demonio que de una mujer?

--Déjeme pensarlo...

--Tómese todo el tiempo que quiera; no hay prisa alguna.

Al cabo de un rato, Marcial of Gakkal exclamó:

--Ya lo pensé.

--A ver: Exteriorícelo.

 --Con sumo gusto. No; yo creo que es mejor ser esclavo de una mujer.

--Bien. Lo siento, pero tendrá usted que batirse con Menandro, el poeta griego que supone que no hay peor cosa que la mujer, incluso la buena.

--No me preocupa. Menandro no tiene media bofetada mía.

(No hay constancia histórica de que este duelo tuviera lugar jamás). Don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, cuando su arterioesclerosis de cipote adquirió caracteres alarmantes, se fue a Thailandia a que le dieran masajes y volvió, si no mejor, sí sobado.

--Menos da una piedra, ¿verdad, usted?

--Eso es lo que yo me digo. Y además, esto de los vuelos charter sale muy económico.

--¡Usted siempre mirando la peseta, don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, jodido avaro!

--Sí, sí. No te administres y ya verás, ya, cómo te luce el pelo.

Corrían unos detrás de otros los calurosos tiempos del verano cuando Guagicapón, en un arrebato de vileza, le dijo al comisario de policía que Ajonjolí Espesito tenía una plantación de marihuana en el tejado de la catedral.

--Pero, ¿será posible?

--Tal cual usted lo oye, señor comisario, tal cual usted lo oye y que San Maturino de Gatinosis en su infinito poder y sabiduría me deje tartamudo si le miento. Don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas tiene todo el tejado de la santa iglesia catedral cuajadito, lo que se dice cuajadito, de marihuana.

--¿Pero usted se da cuenta, don Bonifacio de Adrumeto, de la gravedad de su denuncia?

--Sí, señor comisario. Lo denuncio por patriotismo y, menos firmar lo que le digo, hago todo lo que usted quiera. Don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, desde que tiene arterioesclerosis de cipote, se ha vuelto un ser antisocial y peligroso. Las tasas altas de colesterol y triglicéridos, así como los fallos cardíacos y cerebrales, van en detrimento de la lozanía del cipote.

--Sí; eso me parece haberlo oído ya en algún lado.

--Dispense.

Marcial Ceneque, alias Briviescano Estíptico, el glosador de don Bonifacio de Adrumeto Sarmiento y Gómez, alias Guagicapón, tomó del brazo a Marcial of Gakkal, alias Pliegue de Frez, el depositario de la confianza póstuma de don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas Premiot de Chantal y Méndez, alias Ajonjolí Espesito, y le susurró al oído:

--¿Hace un vermú?

--Por mí, que no quede, -respondió el interpelado.

--Las tiples ligeras del Gran Teatro Tamberlick, lavaban sus braguitas en el arroyuelo mientras don Manuel del Palacio, vate leridano, camuflado entre la verde fronda, recitaba necedades:

Las dichas que se ganan
juzgo quimeras.
¡Sólo las que se pierden
son verdaderas!

--¿Ha oído usted?

--¡Claro que he oído!

--¿Y qué le parece?

--Lo mismo que a usted: Una gilipollez.

--Exacto.

La conciencia de don Bonifacio de Adrumeto, o séase el Marcial llamado Briviescano Estíptico, y el Karma de don Jocundo Tadeo de las Divinas Llagas, entiéndase que es el Marcial nombrado Pliegue de Frez, se tomaron su vermú en silencio y se fueron con la cabeza gacha y el ánimo escorado.

--¡Qué pena de tarde! ¿Verdad?

--Verdaderamente.

(Pausa).

--En fin. Predique usted a su representado que no abuse de las grasas animales.

--Bueno...

--La arterioesclerosis de cipote no perdona.

--Bueno...

(Otra pausa, ésa más prolongada).

--Parece que queda buena tarde...

--Sí.

--Las tetudas tiples, entonando arias y romanzas como si tal cosa (eso es mismo de la práctica), enjuagaban sus cumplidos sostenes en el fragüín dicho sea en lenguaje vulgar, fluyente riachuelo.

--¡Qué poético, al par que higiénico! ¿No cree?

--¡Y tanto, mi buen amigo, y tanto! ¡Mientras se mantengan estos patriarcales usos y costumbres (ya sabe: las tiples, las tetas, el jabón Lagarto, el agua clara del manantial...), podremos mirar tranquilos al porvenir! Recuerde usted que, para Séneca, sólo sufre el alma que duda del porvernir.

--¡Joder con Séneca! ¡Qué optimista!



Camilo José Cela
de Cachondeos, escarceos y otros meneos
1991

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