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FOTOGRAFÍA ARAGONESA: RAMON Y CAJAL (Alfredo Romero)

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 INTERES POR LA FOTOGRAFIA


El primer conocimiento que tuvo Cajal de la fotografía, aun cuando fuese el de un principio físico –el de la imagen reflejada en un cuarto oscuro– que inspiró todo el desarrollo posterior de este invento, fue debido a una casualidad ocurrida mientras cumplía un castigo escolar encerrado en un sótano. Allí tuvo la suerte de descubrir un fenómeno físico, el de la cámara oscura, que Leonardo y Jacomo della Porta estudiaron para sus reproducciones perspectivísticas, cuyo hallazgo transcendió para que se iniciase en los rudimentos de la óptica y, en consecuencia, se interesase posteriormente por la fotografía.


Pero la impresión que le produjo la fotografía ocurrió más tarde, en 1868, en la ciudad de Huesca y así lo explica en Mi infancia y juventud: "Ciertamente, años antes había topado con tal cual fotógrafo ambulante, de esos que, provistos de tienda de campaña o barraca de feria, cámara de cajón y objetivo colosal, practicaban, un poco a la ventura, el primitivo proceder de Daguerre. ( … ) Gracias a un amigo que trataba íntimamente a los fotógrafos, pude penetrar en el augusto misterio del cuarto oscuro. Los operadores habían habilitado como galería las bóvedas de la ruinosa iglesia de Santa Teresa, situada cerca de la Estación". En aquellos párrafos describe, a su vez, los métodos utilizados por esos fotógrafos y las materias que usaban (colodión húmedo, yoduro y bromuro de plata, el ácido pirogálico y la sensibilización del papel albuminado).


Desde entonces comenzó su afición por el arte de la cámara oscura, ya que dos años después realiza sus primeras fotografías, tal como lo relata en su obra El mundo visto a los ochenta años: "Practico el arte de Daguerre desde los dieciocho años y conozco todas las tretas, trampantojos y abusos que con ella pueden cometerse. Y me son familiares las artimañas del cine. Afirmo, pues, basado en dilatada experiencia, que cuando cae en mis manos inhábiles o sospechosas, no existe método de reproducción más feliz que la fotografía".


Y él mismo nos esboza su vida fotográfica cuando en la introducción de su libro Fotografía de los colores, donde glosa los "encantos de la fotografía", señala paso a paso su largo recorrido, por más de cincuenta años, a través de los paulatinos descubrimientos fotográficos que fueron sucediéndose en ese período tan importante para la historia de la fotografía; y dice así: "En mi larga carrera de cultivador de la placa sensible, he sorprendido todas sus fases evolutivas. De niño, me entusiasmó la placa daguerriana, cuyos curiosos espejismos y delicados detalles me llenaron de ingenua admiración. Durante mi adolescencia aspiré con delicia el aroma del colodión, proceder fotográfico que tiene los irresistibles atractivos de la dificultad vencida, porque obliga a fabricar por sí la capa sensible y a luchar heróicamente con la rebeldía de los baños de plata y la desesperante lentitud de la exposición.



Este texto lo escribió Cajal a propósito de su convalecencia en Panticosa y San Juan de la Peña (1878), cuando se recuperaba de su enfermedad de hemoptisis. A partir de aquel momento, aunque ya anteriormente había realizado numerosas fotografías en sus muchas excursiones, comprometióse de lleno en el ejercicio de la fotografía, tan es así que, años más tarde y ya casado, llegó incluso a fabricar emulsiones para placas que puso a la venta con tanto éxito como incredulidad ante tamaño negocio. Todo ello ocurrió porque: `Desconocíanse por aquella época en España las placas ultrarrápidas al gelatino–bromuro, fabricadas a la sazón por la casa Monckoven, y que costaban, por cierto, sumamente caras. Había yo leído en un libro moderno la fórmula de la emulsión argéntica sensible, y me propuse elaborarla para satisfacer mis aficiones a la fotografía instantánea, empresa inabordable con el engorroso proceder del colodión húmedo. Tuve la suerte de atinar pronto con las manipulaciones esenciales y aun de mejorar la fórmula de la emulsión; y mis afortunadas instantáneas de lances del toreo, y, singularmente, una tomada del palco presidencia¡, cuajado de hermosas señoritas (tratábase de cierta corrida de Beneficencia, patrocinada y presidida por la aristocracia aragonesa), hicieron furor, corriendo por los estudios fotográficos y alborotando a los aficionados. Mis placas rápidas gustaron tanto, que muchos deseaban ensayarlas. ( … ) Si en aquella ocasión hubiera topado yo con un socio inteligente y en posesión de algún capital, habríase creado en España una industria importantísima y perfectamente viable. ( … ) Por desgracia, absorbido por mis trabajos anatómicos y con la preparación de mis oposiciones, abandoné aquel rico filón que inopinadamente se me presentaba". (Mi infancia y juventud).


Tuvo, no obstante, Cajal unos felicísimos comienzos fotográficos, quizá como consecuencia de sus desmedidos anhelos narcisistas –una constante que veremos predominar en toda su obra– durante su época juvenil, pues no satisfecho con sus incursiones en el campo de la gimnasia (ver foto nº 47), quiso verse reflejado fielmente a través de sus placas fotográficas, componiendo poses del más puro estilo romántico y aventurero que, efectivamente, prodigó y no dejan de tener un ingenuo encanto (ver foto n.º 3). También en su época de estudiante en Zaragoza conoció de cerca el trabajo de los fotógrafos profesionales, recién instalados en sus gabinetes de la capital, y bien pudiera ser que aquéllos fueran los que en su momento solicitasen las emulsiones fabricadas por Cajal, pues nos describe en su autobiografía cómo cierta vez hubo de sobornar a un aprendiz del establecimiento fotográfico del afamado Júdez para conseguir un retrato de una bella señorita por la que tanto suspiraba, y a quien tuvo la delicadeza de remitir, en su devoción y entusiasmo de artista, un precioso álbum de fotografías del Monasterio de Piedra, al que tanto apego tenía.


Sin embargo, son escasísimas las placas que se conservan de esta época, durante su estancia en Zaragoza, bien sea debido a la calidad de los materiales o bien al deterioro que siempre conlleva un traslado forzoso de residencia, en que las más perjudicadas, obviamente, suelen ser las más antiguas: aunque, por otra parte Cajal explicaría, años más tarde, en su libro El mundo visto a los ochenta años, parte de las causas sobre la parquedad de ejemplares conservados, y dice de este modo: "De mi mocedad sólo conservo copias amarillentas y desvaídas por defecto del lavado. Salváronse no más algunas pocas, ulteriormente ejecutadas por mí, bien expurgadas del peligroso hiposulfito y convenientemente charoladas al colodión y gelatina.


Por fortuna, el fotograbado y la fototipia han evitado, en parte, el estrago. Muchos de nuestros políticos, artistas y toreros serán conocidos de la posteridad merced al negro humo con que se confecciona la tinta de estos métodos modernos de fotocopia (proceder de Meisenbach y similares)".



Alfredo Romero


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