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LA CABEZA DE BOUSO (Álvaro Cunqueiro)

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En el Times de Nueva York leí que a un hombre de Chicago, por más señas hijo de italianos, lo operaron en la cabeza, y le encontraron un hueso raro y suplementario. Esto ya le pasara en mi provincia de Mondoñedo a un tal Bouso de Prado. El hueso del de Chicago era una especie de haba, fijada entre el frontal y un parietal. El de Bouso no se sabía de dónde procedía, porque lo expulsó por la nariz. Pero hay que contar la historia desde el principio. Voici des détails exacis. Bouso estaba en Villalba, en la feria, comiendo pulpo, y no tuvo más remedio que entrar en discusión con un vecino de mesa, que no era del país, alto, flaco, moreno. Después se supo que era un valenciano que había viajado a Galicia para comprar unas mulas, que ya tuviera otras del país y le salieran muy pacificas. Discutieron Bouso y el forastero la calidad del pulpo, y el valenciano, irritándose, dijo que los gallegos comían mierda, dispensando, y tiró su plato al suelo, y escupió en el de Bouso. Éste se levantó y requirió su cachaba, pero el valenciano, rápido, le echó las manos al pescuezo y le sacudió violentamente la cabeza. Bouso sintió que dentro se le soltaban todos los huesos, que al desprenderse cantaron como cucharillas que hicieran fiesta dentro de un vaso de cristal. A Bouso se le nubló la vista y cayó en tierra. Tardó un cuarto de hora en volver en sí, y logró llegar hasta su casa. Pero tenía los huesos sueltos dentro de la cabeza. Los oía. Sacudía la cabeza, y también los oían los vecinos. La mujer lo llevó a que lo viese un curandero llamado Primo de Baltar. Tuvo que ir la mujer con él, porque a veces alguno de los huesos sueltos se le bajaba hasta un ojo y le estorbaba la visión. Bastaba, eso sí, con que le sacudieran la cabeza para que el hueso cambiase de lugar, pero se corría el riesgo de que otros huesos se echasen hacia delante, y lo dejaban ciego, hasta que la mujer lograba una sacudida propicia.

Primo de Baltar, que como componedor de huesos era muy estimado, le dijo a Bouso que lo primero era sacudirle la cabeza de manera que los huesos se fueran hacia atrás, donde estarían más cómodos. Seguidamente, y durante dos días seguidos, estando ambos sin comer, el científico y el enfermo, y sin beber, y descalzos, Primo le puso en la parte trasera de la cabeza parches de cera caliente, con lo cual, pasando el espíritu de la cera al interior, pegaba los huesos unos contra otros, y todos a lo que Primo llamaba “la bóveda de la campana”, que la hay en algunas cabezas, y Bouso era de estos singulares. Los que soñando dormidos escuchan correr el viento, la tienen. Terminado el pegamento, Bouso y Primo comieron un cabrito y bebieron media cántara de vino. Primo cobró ciento veintisiete pesetas por la operación: las veintisiete pesetas eran de la cera virgen gastada. Bouso puso el cabrito, el vino, un queso, el pan, los cafés y el coñac. También le regaló a Primo una corbata con el retrato de Machado, que se la mandara un sobrino que vivía en La Habana.

Bouso quedó bien. La mujer, todos los sábados de Dios, le ponía un parche de cera en la cabeza, para asegurarle más los huesos. Pero, con todo, uno se soltó. No hacía falta verlo, que no se veía en las profundidades de la cabeza, para saber que era como un cigarrillo alargado y redondo. Bastaba con escuchar cómo se desplazaba. Bouso estaba podando distraído, y sentía venir el hueso desde atrás a golpearle en la frente. ¡Tac! Tuvo que volver a Baltar a que lo estudiase de nuevo Primo.

—¡Ese hueso te sobra! —afirmó el componedor.

—¿Cómo va a sobrarme un hueso? —se admiraba Bouso.

—Será el hueso del azogue, Bousiño. ¡Ese hueso les sobra a todos los que lo tienen!

Y Primo, en un cedazo pequeño, cernió tabaco de picadura mezclado con el de los pitillos que llamaban mataquintos, y le hizo sorber el rapé a Bouso. Le vinieron a éste unos estornudos fuertes, muy de arriba, y al tercero salió el hueso; parecía de ala de pollo, muy limpio, blanquito.

—¡Parece que no es un hueso de hombre! —comentó Bouso.

—¡Por eso te sobra!

Primo dijo que lo mejor era enterrar el hueso, no fuese a haber epidemia, que los huesos del azogue, en ciertas épocas, son contagiosos. Bouso quedó curado. Le pesa la cabeza, atrás. Pero es natural, que tiene allí pegados los huesos todos.


Álvaro Cunqueiro
de La otra gente
Antología de relatos cortos
seleccionados por Anxo Tarrío
1991



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Sobre este relato puede
consultarse el trabajo de
Marina Mayoral
Magia y humor en un relato de
Álvaro Cunqueiro
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