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REGLAS Y CONSEJOS SOBRE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA de Santiago Ramón y Cajal (Prólogo de Severo Ochoa)





Espasa Calpe prepara una nueva edición del libro de Santiago Ramón y Cajal REGLAS Y CONSEJOS SOBRE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA, subtitulado por él "Los tónicos de la voluntad" y me honran con la invitación de preparar un prólogo para este libro.  Se trata de uno de los libros que más he leído y releído en mi vida porque no ha habido nadie, en nuestra época, a quien yo haya admirado tanto como a Cajal.  Este libro de don Santiago, para mí, debería ser lectura obligatoria de todos los estudiantes de los últimos cursos de bachillerato.  En España, aun hoy día, se fomenta y promueve escasamente la investigación y es un hecho incontrovertible que en épocas recientes la grandeza de un país se mide no sólo en función de sus contribuciones al arte y la literatura, en las que España ha sobresalido siempre, sino también en función de sus contribuciones al aumento del caudal de nuestros conocimientos de la naturaleza, del mundo en que vivimos y, en conjunto, del universo entero.

No es fácil explicar por qué España ha ido siempre muy por detrás de las otras naciones en el cultivo de la ciencia y mucho menos fácil es explicar cómo en ese terreno árido ha surgido la figura de un Cajal.  A él y a su escuela, incluyendo la de don Pío del Río Hortega, debe el mundo los conocimientos esenciales sobre la fina estructura del sistema nervioso, que es en definitiva la clave de su actividad y de su significación funcional.

Cajal fue un autodidacta, un genio que yo me complazco en comparar con hombres como Newton, Galileo, Pasteur y muchos otros que han descorrido el velo que ocultaba a nuestros ojos la visión de la naturaleza.  España descuidó el cultivo de la ciencia, a mi juicio porque el español, quizá desde Felipe II, estaba más interesado en los asuntos de allá arriba que en los de aquí abajo, y miró siempre más hacia el cielo que hacia la tierra.  Entiéndase bien que esto no es una crítica de la religión, sino, tal vez, la crítica de una religión mal entendida.

Cómo surgió Cajal en el páramo científico de la España de su tiempo es para mí un milagro. También fue otro milagro para mí el que surgiese en la música una figura como la de Mozart.  Ambos son, en cierto modo, seres sobrenaturales, poseídos de unas dotes y cualidades esencialmente sobrehumanas.

En un terreno más coloquial yo pasé por la gran desilusión de no tener como maestro a Cajal; de hecho la de no haberlo conocido nunca.  No lo tuve como maestro, porque Cajal se jubiló justamente antes de que yo ingresara en la Facultad de Medicina de Madrid. No le vi jamás pese a que era la figura que yo más admiraba  e idolatraba y, a pesar de que mis maestros me ofrecían llevarme a visitarle, no me pareció que un joven estudiantillo como yo podía perturbar la paz o el trabajo de un hombre como don Santiago.  Traté, sin embargo, siempre de organizar mi vida tomando a don Santiago, como modelo y pensando siempre en él.  Si yo algo he sido o algo he hecho, a él se lo debo.



Severo Ochoa
Prólogo a
Reglas y consejos sobre investigación científica
Los tónicos de la voluntad
Edición de Espasa Calpe (Colección Austral)




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Ver obra completa
en Centro Virtual Cervantes

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