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CALDERÓN Y GOETHE: AFINIDADES ELECTIVAS (Evangelina Rodríguez Cuadros)

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Con La vida es sueño Calderón roza el ideal de la ilustración kantiana, pues Kant entendió ésta como la forma por la que el ser humano se autoemancipa del estado de inmadurez, del que sólo él (y no el retórico y estoico «delito del nacimiento») es culpable. Pero este instante de ilustración es efímero y básicamente contradictorio. Razón por la cual, Calderón experimenta una segunda fase de contraste con la modernidad en la reflexión de que es objeto por parte de los ilustrados-románticos a partir de 1790. Conviene recordar en este punto la elaboración, en 1637, de El mágico prodigioso y las peculiares comparaciones a las que hasta ahora ha sido sometida con el Fausto goethiano, obra que es producto, como es sabido, de la vida entera de Goethe (1749-1832) y no de un momento concreto, de modo que puede convertirse en piedra de toque de lo que supuso la recepción calderoniana, tan decisiva en su historiografía crítica, por parte del romanticismo alemán.

Pero no se trata de solemnizar lo obvio. A saber: advertir las evidentes diferencias entre una obra y otra o constatar los vicios de consentimiento de quienes, como John Owen, no han descubierto en El mágico prodigioso y su protagonista, Cipriano, más que pruebas irrefutables de la endeblez intelectual de un dramaturgo incapaz de superar «los ideales pervertidos de monasterios y conventos», frente a la vitalidad racional del progresismo ilustrado («reasoning, progressive and enlightened man»). Bruce W. Wardropper, siguiendo casi literalmente el antiguo estudio de Antonio Sánchez Mogel, (niega taxativamente que Calderón se inspirara en la leyenda faústica pues «Cipriano es un gentil que se hace cristiano, mientras que el Fausto de Goethe es un cristiano que se hace gentil». Junto a tan simplista sistema de distancias (pues no importa tanto el final como el complejo desarrollo de ambas obras) Wardropper desecha asimismo la consciente utilización de la leyenda, aunque reconoce que era bien conocida por los medios intelectuales españoles y Conrad Gesner, en carta fechada el 15 de agosto de 1561, describió la fama extraordinaria de que gozaba Fausto entre los estudiantes de Salamanca. Sólo diré al respecto que uno de los más gozosos entremeses calderonianos, El dragoncillo, refacción irónica y celebrada de La cueva de Salamanca de Cervantes, muestra hasta qué punto Calderón pudo ser sensible a la complicidad intelectual con el tema del conjuro demoníaco. Wardropper, pese a todo, intuye que el factor crucial de la interacción de las obras respectivas se encuentra en las protagonistas femeninas (Justina y Margarita), aunque él ve oposición en lo que a mí se me antoja coincidencia básica: el hecho de que ambas expresan el motivo o sistema de la luz, de la búsqueda de trascendencia emancipadora de lo meramente humano a través de una superación (ascética en Calderón, humanista en Goethe) de las pasiones y de la belleza de los sentidos. En ello Goethe no imitaba, claro está, la obra individual de El mágico prodigioso sino «el sistema entero de la dramaturgia calderoniana».

Las afinidades electivas de Goethe respecto a Calderón se deben a causas que no son exclusivamente las apuntadas de manera tópica. El culto calderoniano de los románticos alemanes no obedeció simplemente, como llegó a apuntar Blanca de los Ríos, al acaso bibliográfico, aduciendo que frente a los rarísimos ejemplares de las partes o tomos de comedias de Lope que llegaron a Alemania a lo largo del siglo XVIII, abundan las ediciones y traducciones de Calderón. De hecho éste fue leído por Goethe ya en las versiones de August Wilhem Schlegel que empiezan a publicarse en 1803, tras resultarle inasequible su sintaxis en la antología que le facilitó el editor Porthes en 1821 (quizá el Teatro Hespañol de De la Huerta de 1785). Tampoco obedeció en exclusiva (aunque lógicamente pesó de manera formidable) el aprovechamiento de su irracionalismo espiritual para la gestación del «Volkgeist» de Friedrich Schlegel, con el consiguiente fundamento de admiración hacia un nuevo nacionalismo substanciado en el integrismo territorial, la religión como forma de identidad y la caballeresca síntesis de las armas y las letras que aquél teorizó sobre nuestro dramaturgo en torno a 1805-1806. Si toda la admiración romántica ha de estribar en una supuesta fusión de los valores calderonianos con la noción de espíritu de raza, nos veremos sujetos a la línea crítica del Calderón atrapado por el romanticismo integrista, ortodoxo, antiburgués, restaurador y antirrevolucionario. La visión grandiosa y extática de un Calderón cristiano, cuya escritura, como la de Dante, se fundamenta en la fe y en la alegoría, pudo quizá tener la mejor voluntad del mundo, pero con ello los Schlegel arrojaron a Calderón a las manipuladas Vindicaciones, supuesta traducción de las Reflexiones de Schlegel que en España propaga, desde 1814, Nicolás Böhl de Faber, glosando la forma orgánica, racial e innata del teatro calderoniano, expresión del papel español en la historia que (y cito textualmente) «la mezquina envidia de los tiempos modernos se han esmerado en oscurecer». España, en fin, gracias a la inoculación del antídoto calderoniano evitó la «irrupción maligna de la filosofía moderna».

Pero para Goethe, más que esta mediación contó su lectura de Calderón, que ponderó con frecuencia, sobre todo en las traducciones de Gries y en memorables puestas en escena (valor esencial de Calderón para Goethe) como las de El Príncipe constante en Weimar (11 de enero de 1811), la de La vida es sueño en 1812 y El mágico prodigioso en Düsseldorf, en 1836. La admiración goetheana por Calderón surge pues, no de una concepción romántica «avant la lettre», como proclamaban las conferencias de August Wilhem Schlegel entre 1804 y 1806, vinculando a nuestro autor con un «Volkgeist» meridional, sino de su conocimiento más tardío y del deslumbramiento, confesado, de las puestas en escena. Surge, sobre todo, de una mentalidad sistemática ilustrada: en Calderón ve Goethe un aparato completo de pensamiento y de técnica, y una capacidad universalizadora, que desborda las limitaciones nacionales.




Evangelina Rodríguez Cuadros
de Calderón entre 1630 y 1640: todo inutición y todo instinto.
Edición digital a partir de
La década de oro en la comedia española: 1630-1640.
(Actas de las XIX Jornadas de teatro clásco, Almagro, julio 1996)






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