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LOS AMORES DE LOPE Y AMARILIS (Francisco Javier Díez de Revenga)

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El biografismo en la poesía de Lope ha sido constante y posiblemente se convierte en una de las notas más peculiares de su lírica frente a la de sus contemporáneos. Tal extroversión poética, que ha sido permanente desde aquellos primeros romances y canciones referidos a sus amores con Elena Osorio, ha tenido momentos culminantes a lo largo de su vida y de su obra, en espléndidas epístolas, en auténticos sonetos y en reveladores romances. Tal actitud ha sido señalada, en casos notables y harto conocidos, por la crítica, y José Manuel Blecua ha sintetizado esta excelente virtud del Fénix señalando que «Lope reacciona siempre poéticamente ante cualquier suceso, pero sobre todo si éste le afecta en su más honda intimidad. Desde la pasión juvenil despertada por Elena Osorio a la huida de Antonia Clara, todo sirvió al Fénix como pretexto poético. Ahora, en la década de los treinta de este siglo XVII, cuando Lope cruza el umbral de la vejez, los poemas en los que literatura y vida se unen son muy numerosos.



En 1631 ha escrito la Egloga a Claudio, antes de la publicación de La Dorotea y después de haber aparecido El laurel de Apolo y el mayor interés de aquella composición reside en sus abundantes referencias biográficas y bibliográficas, que ofrecen una imagen del Fénix escritor hecha por él mismo. Reflejo biográfico que se aumenta en la gran aportación al romancero nuevo y artístico de La Dorotea, que viene a completar la importante serie juvenil que tuvo por argumento los amores con Filis. La crítica especializada ha comparado por ello ambas series de romances, y ha encontrado en esta de La Dorotea la serenidad y madurez de un Lope que canta la soledad sin brillantes ropajes ni alardes llamativos. Como señaló José Manuel Blecua hace ya muchos años «la finura formal y dulce melancolía que trascienden, nos hacen ver el grado de perfección a que llega Lope, apartado del virtuosismo fácil y del frío conceptismo.

Entre estos romances hay destacar la presencia de las famosas barquillas, y entre ellas la conocidísima Pobre barquilla mía, el más famoso de sus romances. La delicadeza y armonía de imágenes y metáforas, el simbolismo impreso en la «pobre barquilla, y sobre todo la hondura y sinceridad de los sentimientos, hacen de este poema una de las mejores composiciones de nuestra lírica del Siglo de Oro. El recuerdo de Amarilis, de Marta de Nevares, preside todos estos poemas y su evocación llena las horas de soledad del viejo Fénix (A mis soledades vengo, Ay, soledades tristes). La amada de los tiempos felices, la Marta de los ojos verdes como esmeraldas y belleza elegante queda, en estos romances que a la fuerza hemos de relacionar con la égloga, retratada e inmortalizada con rasgos de extraordinaria sensibilidad.


La égloga Amarilis fue la penúltima de estas obras finales que tan emparentadas se hallan con la biografía lopesca, aspecto que también afecta a la última, otra égloga de asunto familiar titulada Filis que Lope escribió a los setenta y dos años, en la primavera de 1635, cuando estaba próximo a morir, con el dolor por la pérdida de Marta muy reciente. Conociendo esta circunstancia aumenta el sentido patético de la égloga que tiene por tema el último disgusto que amargó los días finales del Fénix: el secuestro de su hija Antonia Clara, vivido en el poema por unos pastores con intensidad, con dramatismo.

En tal contexto de poemas finales autobiográficos, hay que situar la égloga Amarilis y, en particular, su segunda parte dedicada por entero al recuerdo de Marta de Nevares, que aparece en el poema viva y vivida, admirablemente recreada a lo largo de novecientos versos siguiendo una estructura precisa. El parlamento, como quedó dicho, pertenece sólo al pastor Elisio, cuyas palabras Lope distribuye en tres temas o motivos en tomo a la amada, que son desarrollados con amplitud: retrato de Amarilis, datos biográficos concretos y elogio final de la amada.

La primera de estas partes queda clara y resuelta en pocas octavas, aunque intensas y armónicamente distribuidas, ya que el poeta dedica dos a la belleza y una a cada una de las siguientes cualidades de Amarilis: cabellos, frente, ojos, nariz y mejillas, boca y risa. Por su calidad y el apasionamiento de las palabras lopescas merecen recordarse los versos dedicados a los ojos:

Dos vivas esmeraldas, que mirando
hablaban a las almas al oído,
sobre cándido esmalte trasladando
la suya hermosa al exterior sentido,
y con risueño espíritu templando
el grave ceño, alguna vez dormido,
para guerra de amor, de cuanto veían
en dulce paz, el reino dividían.

o a la boca

¿Qué rosas me dará, cuando se toca
al espejo, de mayo la mañana?
¿Qué nieve el Alpe, qué cristal de roca,
qué rubíes Ceilán, qué Tiro grana,
para pintar sus perlas y su boca
donde a sí misma la belleza humana
vencida se rindió, porque son feas
con las perlas del Sur rosas pangeas?

en los que Lope extrae del cofre de sus metáforas aquéllas que son más estéticas, más sugerentes de una belleza sin par. El retrato queda completo y, como señalan Castro y Rennert, la conclusión no puede ser más concreta: Marta reunía todas las perfecciones, si hemos de dar crédito a su ciego amante, para luego anotar otros lugares donde la belleza de la Nevares era en los mismos términos encomiada: "En la dedicatoria de La viuda valenciana añaden los mismos autores la describe «con ojos verdes, cejas y pestañas negras, y cantidad [de] cabellos rizos y copiosos, boca que pone en cuidado los que la miran cuando ríe, manos blancas, gentileza de cuerpo".

Una vez presentada la amada desde una perspectiva física a través de la descripción de sus rasgos, el poeta comienza a recordar momentos y detalles que trata de desfigurar de alguna manera, aunque no lo consigue. Si curiosos son los datos concretos, más aún son las desorientaciones introducidas por Lope, para confundir al lector. Aún así, su valor como depósito de datos ya fue reconocido por Castro y Rennert quienes toman las referencias y detalles de estos amores de la égloga: "He aquí ahora cómo podemos representarnos lo ocurrido siguiendo la égloga Amarilis, teniendo, sin embargo, en cuenta que el rebozo poético pudo disimular notablemente los hechos.

Una lectura detenida de la égloga nos puede ir informando, de esta forma y con las precauciones señaladas, de los hechos concretos que rodearon las relaciones Lope-Amarilis. Así, el poeta parte del nacimiento, cuyo dato deforma, de la amada:

Adonde el claro Henares se desata
en blanco aljófar, nuevo amante Alfeo,
Atenas española se retrata
fértil de sabios, en mayor liceo;
álamos blancos, que de verde y plata
viste el abril con lúbrico rodeo,
ciñen sus canas entre peces y ovas,
estrados de sus húmedas alcobas.

La Atenas española no es otra que Alcalá de Henares y, aunque Marta había nacido en Madrid, estudió en la ciudad del Henares. Su niñez pronto se vio truncada por una boda obligada, a los trece años con un don Roque Hernández Ayala, Ricardo en la égloga:

Trece veces el sol en la dorada
esfera devanó los pardelos,
por cuya senda cándida, esmaltada
de auroras, baña en luz tierras y cielos;
cuando a ser hermosura desdichada
la destinaron por sus claros velos
cuantos aspectos hay infortunados,
cuanto más resistidos, más airados.

Las relaciones entre estos esposos no debieron ser buenas y, de hecho, se conoce que Marta pretendió divorciarse debido a la crueldad de su cónyuge, como señalan cumplidamente, basándose en documentación de la época, Castro y Rennert: "Aunque no parece que aquel Herodes fuese gran obstáculo para los amores de doña Marta, ésta quiso divorciarse, acusando a su marido de sevicia, en fecha que ignoramos. En el poema, la opinión de Lope hacia don Roque no puede ser más declaradamente negativa:

Rudo e indigno de su mano hermosa,
a pocos días mereció su mano,
no el alma, que negó la fe de esposa,
en cuyo altar le confesó tirano;
aquella noche infausta y temerosa,
con tierno llanto resistida en vano,
en triste auspicio del funesto empleo,
mató el hacha nupcial triste Himeneo.

Pasaron los años «otras tantas veces», es decir otros trece años, cuando Marta tenía veintiséis, en que la ocasión de conocerla se presentó. Sabemos que Lope había regresado recientemente de su viaje al Bidasoa en 1616, cuando intimó con la bella Marta. Pero Lope desfigura la realidad y relaciona el hecho con la muerte de Felipe 111, que ocurrió en 1621:

Volvió a pintar los signos otras tantas
veces el claro sol, divino Apeles,
renovando las flores y las plantas
las puntas de sus únicos pinceles;
era el tiempo en que vio las luces santas
coronado de triunfos y laureles
el Tercera Felipe del Segundo,
a cuyo Cuarto fue pequeño el mundo.


A este respecto, hay que tener en cuenta una distinción entre la fecha del primer encuentro en que se produce la pasión Lope-Marta, y la fecha del conocimiento entre ambos. José Manuel Blecua adelanta esta fecha a 1608, basándose en el Epistolario de Lope de Vega, por lo que
señala que "Lope debió conocer a Marta de Nevares, si damos fe a sus palabras, hacia 1608, y hacia octubre de 1616 frecuentaba su casa, donde se entretenía "un rato, oyendo hablar y cantar, para aflojar, como dicen, el arco" ... »

Volviendo a los versos de Lope, antes transcritos, hay que destacar que la fastuosidad de las imágenes recordadas, la presencia de Amarilis en el centro de una fiesta poética, vuelven a provocar la exuberancia en los versos de Lope, que evoca con imágenes bellamente cromatizadas, recargadas de adornos con hiperbólica expresión, muy del momento. La impresión de Lope permanece en una brillante evocación:

Aquí Amarilis presidió, hermosura
entre cuantas vinieron a la fiesta,
como envidiaba, de envidiar segura,
fingiendo risa dulcemente honesta;
como sale después de noche oscura
la pura rosa en el botón compuesta
de aquel pomposo purpurante adorno
de verdes rayos coronada en torno;
o como al nuevo sol la adormidera
desata el nudo al desplegar las hojas,
formando aquella hermosa y varia esfera
ya cándidas, ya nácares, ya rojas;
así me pareció, y así quisiera
decirle con la lengua mis congojas;
mas quisieron los ojos atrevidos
anticiparse a todos los sentidos.

A partir de este momento la égloga entra en la larga relación de la convivencia amorosa en sus diversas gradaciones: acercamiento, proximidad, plenitud. Como señalan Castro y Rennert "todo el proceso de la pasión está trazado en la citada égloga" y más adelante, "prosigue como en un idilio de la época romántica", para luego citar versos de este fragmento que logra un clima de reposada pasión lleno de vitalidad:

Sentábase conmigo en una fuente,
que murmuraba amores...

Su mano, alguna vez que la fortuna
estaba de buen gusto, me fiaba...

Qué vida fuese la dichosa mía,
de la pasada os diga la aspereza,
porque no mereció tanta alegría
quien antes no pasó tanta tristeza;
joh, cuántas veces me enojaba el día,
sacando de mis brazos su belleza,
y cuántas veces le quisiera eterno
por largas noches el oscuro invierno!
También la muerte del esposo de Marta, que constituyó una liberación para los amantes, aparece entre los detalles biográficos de la égloga:

Contento de esta vida, y ya perdida
la esperanza de verla más dichosa,
la dura muerte mejoró mi vida,
que alguna vez la muerte fue piadosa;
mató la de Ricardo aborrecida,
sacando de este Argel su indigna esposa;
y mi deseo que su fin alcanza,
naciendo posesión, murió esperanza.

Todo pues contribuye a retratar una época en que todo es felicidad y contento que parece imposible de detener, hasta que de manera muy barroca, va surgiendo en la égloga la sombra de la desdicha materializada en una sucesión de desgracias que oscurecen el porvenir de una vida que se prometía distinta. La gravísima enfermedad de los ojos de Marta de Nevares aparece en la égloga, aunque, eso sí, envuelta en una interesante ficción que transfigura la realidad. Lope, para justificar de algún modo literario, poético la ceguera de Marta, inventa una amante suya anterior que, por medio de hechizos, consigue que las esmeraldas de Marta, pierdan su facultad esencial.

Ya se ha señalado, por parte de Castro y Rennert, la gran afición de Lope -«tan propenso como siempre a explicaciones supersticiosas»- a los hechizos, con lo que la ceguera real de Amarilis queda intercalada en un figurado episodio de celos y venganzas:

En fin, con los hechizos que sabía,
y un pastor extranjero le enseñaba,
que en la luna caracteres ponía,
los espíritus fieros invocaba,
las bellas luces donde yo me veía,
y en los hermosos ojos respetaba
de Amarilis el sol, cegó de suerte
que se pudo vengar de amor la muerte.

Los hechizos se han sucedido con rapidez, y Lope inicia una patética lamentación de la ceguera de su joven amada que en 1623, cuando ocurren estos hechos, no tendría más allá de los treinta y cuatro años, por lo que el signo del dolor se acentúa al contemplar el poeta la belleza conservada. Las imágenes desgastadas ya -las esmeraldas- cobran una nueva dimensión al pretender expresar un nuevo aspecto de su belleza, aunque sin la fuera interior necesaria, lo que Lope logra expresar con
gran acierto, al multiplicar el sentido de la imagen:

Así estaba el amor y así la miro,
ciega y hermosa, y con morir por ella,
con lástima de verla me retiro,
por no mirar sin luz alma tan bella;
difunto tiene un sol, por quien suspiro,
cada esmeralda de su verde estrella
ya no me da con el mirar desvelos;
seré el primero yo que amó sin celos.
No luce la esmeralda si engastada
le falta dentro la dorada hoja,
porque, de aquella luz reverberada,
más puros rayos transparente arroja;
así en mis verdes ojos eclipsada
dentro la luz, que Fabia le despoja
aunque eran esmeraldas, no tenían
el alma de oro con que ver podían.

Pero las desdichas aumentan, y aparece la demencia de Amarilis, aspecto no conocido sino por lo que en la égloga se dice, ya que al contrario que los demás datos, no tiene una comprobación documental. El suceso figura atribuido también al hechizo de Fabia, con detalles verdaderamente minuciosos, como los reflejados en esta octava en que se percibe la violencia con que Marta destrozaba sus vestidos:

Aquella que gallarda se prendía
y de tan ricas galas se preciaba,
que a la aurora de espejo le servía;
y en la luz de sus ojos se tocaba,
curiosa los vestidos deshacía,
y otras veces estúpida imitaba,
el cuerpo en hielo, en éxtasis la mente,
un bello mármol de escultor valiente.

Pero, por fortuna, parece ser que Amarilis recuperó la razón:

Las diligencias finalmente fueron
tantas para curar tan fieros males,
que la vista del alma le volvieron,
que penetra los orbes celestiales;
cuando mis ojos a Amarilis vieran,
juzgando yo sus penas inmortales,
con libre entendimiento, gusto y brío
roguéle a amor que me dejase el mío.

y trajo una momentánea alegría a la casa de Lope y a todos los suyos. El poeta se retrata a sí mismo con austeridad en estos momentos de respiro ante una adversidad cruel e insistente:

De mí no digo, porque siempre he sido
humilde profesor de mi ignorancia,
no como algunos, que han introducido
sacar ejecutoria a su arrogancia;
y siendo genio amor de mi sentido,
mirando más la fe que la elegancia,
compuse versos, que con lengua pura
Castilla y la verdad llaman cultura.

Pero la muerte de Marta, la, que ha producido el dolor del poeta cantado en la égloga vino pronto y pronto se llevó consigo a la amada. Termina así la larga relación de los amores de Lope y Amarilis y se hace patente entonces la también larga lamentación por la muerte de la amada, tan recargada o más de metáforas, recursos barrocos diversos y referencias mitológicas como al principio de la égloga, pero conseguida en algunos momentos, en que la verdad de unos sentimientos comparece de nuevo, con su poder de convicción, en la poesía lopesca:

Como el herido ciervo con la flecha
se oculta por los ásperos jarales,
que en cualquiera lugar morir sospecha,
dando a las selvas ramos de corales,
a quien ni el verde díctamo aprovecha,
ni echarse en flores ni beber cristales
seré yo triste en tantos accidentes
Tántalo de las selvas y las fuentes.
Y en tanto mal, en tanta desventura,
este de tu hermosura igual retrato,
donde salió tan viva tu hermosura,
que le miran mis ojos con recato,
será la luz indeficiente y pura,
que no consienta en mi respeto ingrato,
y sin examinar la diferencia,
en dulce engaño de tu larga ausencia.

Evocaciones que alcanzan su esplendor cuando el poeta recorre los lugares del amor recordando tiempos que ya no volverán, lugares que se han transformado por las lágrimas del poeta que, hiperbólicamente, reitera y enfatiza:

Estos, donde te vi, tristes lugares,
aunque llenos de sombras y de flores
ya riberas del Tajo, ya de Henares,
serán más ocasión de mis dolores;
mis deseos morir, mis ojos mares
por la desdicha y la razón mayores.
Y yo en el centro de mi propio abismo,
el mayor enemigo de mí mismo.



Francisco Javier Díez de Revenga
de La egloga de "Amarilis" de Lope



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