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MARCELINO PAN Y VINO (José María Sánchez-Silva)

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Fray Papilla no se separaba ni un minuto de su cocina y Marcelino hubo de vérselas con la dificultad una vez más, hasta que en un descuido del buen fraile sepultó en su bolsillo un gran trozo de carne asada y, poco después, otro buen tarugo de pan, de aquel duro que los frailes comían cuando lo podían tener. Ya provisto con sus dos buenas piezas, Marcelino se hizo ánimo y, acostumbrado al éxito de sus empresas, subió esta vez sin quitarse las sandalias, aunque con buen tiento en el caminar por no hacer ruidos sospechosos. Llegado al desván y ya sin miedo, se dirigió derechamente al ventanillo y lo abrió. Miró en seguida adonde el Hombre estaba y lo vio en su postura de costumbre, con lo cual se llegó hasta su pie y le habló de esta manera:




-He subido porque hoy había carne. Y pensaba para sí: «¡Mira que si Este supiera que había habido carne tantos días y no sólo hoy!»
Pero el Señor nada dijo ni Marcelino le dio importancia a su silencio, sino que sacando la carne y el pan y poniéndolos sobre la mesa que por un milagro se tenía sobre las patas, le dijo sin mirarle:
-Conque ya podías bajarte hoy de ahí y comerte esto aquí sentado.
Y dicho y hecho, acercó hasta la mesa un sillón frailero que allí estaba, más pesado que cien mil diantres y algo cojitranco. Entonces, el Señor movió un poco la cabeza y le miró con gran dulzura. Y, a poco, se bajó de la cruz y se acercó a la mesa, sin dejar de mirar a Marcelino.
-¿No te da miedo? -preguntó el Señor.
Pero Marcelino estaba pensando en otra cosa y, a su vez, dijo al Señor:
-¡Tendrías frío la otra noche, la de la tormenta!
El Señor sonrió y preguntó de nuevo:
-¿Es que no te doy miedo ninguno?
-¡No! -repuso el chico, mirándole tranquilamente.
-¿Sabes, pues, quién Soy? -interrogó el Señor.
-¡Sí! -repuso Marcelino-. ¡Eres Dios!
El Señor sentóse entonces a la mesa y comenzó a comer la carne y el pan, después de partirlo de aquella manera que sólo El sabe hacer. Marcelino, familiarmente, le puso entonces su mano sobre el hombro desnudo.
-¿Tienes hambre? -preguntó.
-¡Mucha! -repuso el Señor.

Cuando Jesús terminó la carne y el pan, miró a Marcelino y le dijo:
-Eres un buen niño y Yo te doy las gracias.
Marcelino repuso vivamente:
-Igual hago con «Mochito y con otros.
Pero estaba pensando en otra cosa como antes y preguntó de nuevo:
-Oye, tienes mucha sangre por la cara y en las manos y en los pies. ¿No te duelen tus heridas?
El Señor volvió a sonreír. Y preguntó suavemente, poniéndole El, a su vez, la mano sobre la cabeza: -¿Tú sabes quiénes me hicieron estas heridas? Marcelino parpadeó y repuso:
-Sí. Te las hicieron los hombres malos.
El Señor inclinó su cabeza y entonces Marcelino aprovechó la ocasión y, muy suavemente, le quitó la corona de espinas y la dejó sobre la mesa. El Señor le dejaba hacer, mirándole con un amor que Marcelino jamás había visto reflejado en mirada alguna. Y, repentinamente, Marcelino habló, señalándole a las heridas:
-¿No te las podría curar yo? Hay un agua que pica que se da por encima y a mí se me curan todas. Jesús movió la cabeza.
-Sí puedes; pero sólo siendo muy bueno.
-Eso ya lo soy -dijo Marcelino, con presteza.
Y, sin querer, pasaba sus dedos por las heridas del Señor y se manchaba un poco de sangre.
-Oye -dijo el niño-: ¿y si yo te quitara los clavos de la cruz?
-No podría sostenerme en ella -dijo entonces el Señor.
Y entonces le preguntó a Marcelino si sabía bien su historia, y Marcelino le dijo que sí, pero que quería oírsela a El mismo para saber si era verdad. Y Jesús le contó su historia. Y le habló de cómo era un niño y trabajaba con su padre, que era carpintero. Ycómo una vez se perdió y le hallaron hablando con los viejos de la ciudad. Y cómo creció y lo que hizo y cómo predicó y cómo tuvo discípulos y amigos y luego le pegaron y le escupieron y le crucificaron delante de su Madre. Y así fue llegando la tarde y con ella las primeras sombras y a lo último Marcelino se despidió y dijo que volvería mañana sin falta. Y Marcelino tenía señales de haber llorado y el mismo Jesús le pasó sus dedos por los párpados para que no se lo notasen los frailes. Y entonces Marcelino le dijo que si le gustaría que volviese mañana o si le daba igual, y Jesús, que estaba ya de pie para volverse a su cruz, después de haberse comido el pan y la carne, le dijo así:
-Sí me gusta. Sí quiero que vengas mañana, Marcelino.
Y Marcelino salió del desván un poco aturdido, pensando cómo el Señor sabría que él se llamaba Marcelino y no de otra manera, como el hermano Gil o fray Papilla o el propio «Mochito». Y bajaba pensando también en cómo se le habrían quitado las manchas de sangre ellas solas.





José María Sánchez-Silva
Marcelino pan y vino, 1953
Libros RTV, Biblioteca Básica Salvat, 1969



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