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"RELATO DE MI VIDA" DE THOMAS MANN en la traducción de Andrés Sánchez Pascual

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No he evocado aquí ni las experiencias que contribuyeron a formarme en mi infancia y mi primera juventud, ni la impresión imborrable que me causaron los cuentos de Andersen, ni aquellas tardes en que escuchábamos cómo nuestra madre nos leía Stromtid, de Reuter, o nos cantaba canciones al piano, ni el culto que profesaba a Heine por la época en que escribí mis primeras poesías, ni las horas apacibles y llenas de entusiasmo que, después de salir de la escuela, pasaba leyendo a Schiller junto a un plato lleno de rebanadas de pan untadas con mantequilla. Mas no quiero pasar del todo por alto ciertas experiencias grandes y decisivas, debidas a lecturas que realicé por los años a que hemos llegado ya en este relato: me refiero a la experiencia de Nietzsche y a la de Schopenhauer.

El influjo espiritual y estilístico de Nietzsche es reconocible, sin duda, ya en mis primeros ensayos de prosa que vieron la luz pública. En las Betrachtungen eines Unpolitischen (Consideraciones de un apolítico) he hablado de mis relaciones con ese espíritu complejo y subyugante, reduciéndolas a sus condicionamientos y límites personales. El contacto con Nietzsche determinó en alto grado mi forma espiritual, que se estaba fraguando; pero cambiar nuestra propia sustancia, hacer de nosotros algo distinto de lo que somos, eso es algo que no puede realizarlo ninguna potencia educativa. Toda posibilidad de formación en general presupone un ser, el cual posee la voluntad instintiva y la capacidad para seleccionar, asimilar y reelaborar todo de manera personal. Goethe dijo que para hacer algo es preciso ser algo. Pero incluso para poder aprender algo, en el sentido elevado de esta palabra, se necesita ya ser algo. Investigar cuál fue el tipo de absorción y de transformación orgánicas que el ethos y el arte de Nietzsche sufrieron en mi caso es algo que dejo a los críticos que crean oportuno hacerlo. En todo caso, fue un proceso complicado, que adoptaba una actitud totalmente despectiva frente a la influencia callejera y popular del filósofo, frente a todo simplista “renacentismo”, frente al culto del superhombre y el esteticismo a lo César Borgia, frente a toda palabrería acerca de la sangre y de la belleza que entonces estaba de moda entre los grandes y entre los pequeños. El joven de veinte años que yo era comprendía la relatividad del “inmoralismo” de este gran moralista; cuando yo contemplaba la comedia de su odio contra el cristianismo, veía también su amor fraterno por Pascal y entendía aquel odio en un sentido completamente moral y no, en cambio, psicológico. Esta misma diferencia me parecía que se daba en su lucha –que marcó una época en la historia de la cultura- contra lo que más amó hasta su muerte: contra Wagner. En una palabra: yo veía en Nietzsche ante todo al hombre que se superaba así mismo: no tomaba en él nada a la letra, no le creía casi nada, y justamente esto es lo que hacía que mi amor por él tuviese un doble plano y fuese tan apasionado. Es lo que proporcionaba su hondura a ese amor. ¿Es qué había que tomarle “en serio” cuando predicaba el hedonismo en el arte? ¿O cuando contraponía Bizet a Wagner? ¿Qué fue ara mi su filosofía del poder y de la “bestia rubia”? Casi un motivo de perplejidad. Su glorificación de la “vida” a costa del espíritu, ese lirismo que ha producido consecuencias tan funestas en el pensamiento alemán, sólo había una posibilidad de que yo me lo asimilase: tomándolo como ironía. Es cierto que la “bestia rubia” aparece también en mis producciones juveniles; pero está casi íntegramente despojada de su carácter bestial y lo único que resta es el pelo rubio, junto con su ausencia de espíritu; yo la hacía objeto de aquella ironía erótica y de aquella afirmación conservadora mediante la cual el espíritu, como él sabía muy bien, se comprometía muy poco en el fondo. Es posible que la transformación personal que Nietzsche sufrió en mí significase un aburguesamiento. Pero éste me parecía, y me parece todavía hoy, más profundo y más inteligente que toda la embriaguez estético-heroica que Nietzsche provocó, por lo demás, en el plano literario. Mi experiencia de Nietzsche representó el presupuesto de un período de pensamiento conservador que acabó en mi hacia la época de la guerra; pero, en última instancia, me dotó de la capacidad de resistir a todos los encantos de un romanticismo malo, que pueden brotar, y que todavía hoy surgen en tantos sentidos, de una valoración no-humana de las relaciones entre vida y espíritu.

Por lo demás, esta experiencia no constituyó un descubrimiento y una recepción rápidos y de una vez, sino que se realizó, por así decirlo, en varias etapas, distribuyéndose en distintos años. El primer efecto que provocó en mí fue una sensibilidad, una clarividencia y una melancolía de índole psicológica, cuya naturaleza yo mismo apenas consigo discernir hoy con claridad, pero que en aquella época me hizo sufrir de una manera indescriptible. La expresión “náuseas del conocimiento” se encuentra en Tonio Coger. Designa con toda propiedad la enfermedad de mi juventud, que, según creo recordar, favoreció no poco mi receptividad para la filosofía de Schopenhauer, a la que sólo conocí después de conocer ya algo a Nietzsche.



Thomas Mann
Relato de mi vida
(traducción: André Sánchez Pascual)
Libros RTV Biblioteca Básica Salvat, 1970




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