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No puedo dejar, lector carísimo, de suplicarte me perdones si
vieres que en este prólogo salgo algún tanto de mi acostumbrada modestia. Los
días pasados me hallé en una conversación de amigos, donde se trató de comedias
y de las cosas a ellas concernientes, y de tal manera las subtilizaron y
atildaron, que, a mi parecer, vinieron a quedar en punto de toda perfección.
Tratóse también de quién fue el primero que en España las sacó
de mantillas, y las puso en toldo y vistió de gala y apariencia; yo, como el más
viejo que allí estaba, dije que me acordaba de haber visto representar al gran
Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento. Fue
natural de Sevilla y de oficio ba[t]ihoja, que quiere decir de los que hacen
panes de oro; fue admirable en la poesía pastoril, y en este modo, ni entonces
ni después acá ninguno le ha llevado ventaja; y, aunque por ser muchacho yo
entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus versos, por algunos
que me quedaron en la memoria, vistos agora en la edad madura que tengo, hallo
ser verdad lo que he dicho; y si no fuera por no salir del propósito de prólogo,
pusiera aquí algunos que acreditaran esta verdad.
En el tiempo deste célebre español, todos los aparatos de un
autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos
blancos guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras y
cuatro cayados, poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios, como
églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y
dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y
ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope
con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel
tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había
figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del
teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima,
con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes
con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con
dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de
la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo. Murió
Lope de Rueda, y por hombre excelente y famoso le enterraron en la iglesia mayor
de Córdoba (donde murió), entre los dos coros, donde también está enterrado
aquel famoso loco Luis López.
Sucedió a Lope de Rueda, Navarro, natural de Toledo, el cual
fue famoso en hacer la figura de un rufián cobarde; éste levantó algún tanto más
el adorno de las comedias y mudó el costal de vestidos en cofres y en baúles;
sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público; quitó
las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sin barba
postiza, y hizo que todos representasen a cureña rasa, si no era los que habían
de representar los viejos o otras figuras que pidiesen mudanza de rostro;
inventó tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y batallas, pero esto no
llegó al sublime punto en que está agora.
Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra
el salir yo de los límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid
representar Los tratos de Argel, que yo compuse; La destruición de
Numancia y La batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias a
tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero
que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma,
sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes;
compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se
recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa
arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Tuve otras
cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo
de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló
y puso debajo de su juridición a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias
proprias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los
que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse)
las ha visto representar, o oído decir, por lo menos, que se han representado; y
si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus
trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él
sólo.
Pero no por esto, pues no lo concede Dios todo a todos, dejen
de tenerse en precio los trabajos del doctor Ramón, que fueron los más después
de los del gran Lope; estímense las trazas artificiosas en todo estremo del
licenciado Miguel Sánchez, la gravedad del doctor Mira de Mescua, honra singular
de nuestra nación; la discreción e inumerables conceptos del canónigo Tá- rraga;
la suavidad y dulzura de don Guillén de Castro, la agudeza de Aguilar; el rumbo,
el tropel, el boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara, y las
que agora están en jerga del agudo ingenio de don Antonio de Galarza, y las que
prometen Las fullerías de amor, de Gaspar de Ávila, que todos éstos y
otros algunos han ayudado a llevar esta gran máquina al gran Lope.
Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y,
pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a
componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero
decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y
así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En
esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le
hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada;
y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo, y dije entre
mí: ``O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo
siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos''. Torné a pasar
los ojos por mis comedias, y por algunos entremeses míos que con ellas estaban
arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las
tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores menos
escrupulosos y más entendidos. Aburríme y vendíselas al tal librero, que las ha
puesto en la estampa como aquí te las ofrece. Él me las pagó razonablemente; yo
cogí mi dinero con suavidad, sin tener cuenta con dimes ni diretes de
recitantes. Querría que fuesen las mejores del mundo, o, a lo menos, razonables;
tú lo verás, lector mío, y si hallares que tienen alguna cosa buena, en topando
a aquel mi maldiciente autor, dile que se emiende, pues yo no ofendo a nadie, y
que advierta que no tienen necedades patentes y descubiertas, y que el verso es
el mismo que piden las comedias, que ha de ser, de los tres estilos, el ínfimo,
y que el lenguaje de los entremeses es proprio de las figuras que en ellos se
introducen, y que, para enmienda de todo esto, le ofrezco una comedia que estoy
componiendo, y la intitulo El engaño a los ojos, que, si no me engaño, le
ha de dar contento. Y con esto, Dios te dé salud y a mí paciencia.
Miguel de Cervantes
Entremeses
Prólogo al lector
Los Entremeses completos en
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Los Entremeses completos en
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