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CAMPODELAGUA (Avelino Hernández)





Estaba empezando a querer amanecer. 
Eran aún en El Campo del Agua igual las noches que los días.
Ángela, que ha intentado inútilmente la redacción de una secuencia más, consultó la hora alta de la noche que ya era: estaba empezando a querer amanecer.
Se levantó.
Recogió los papeles. Guardó el disco y desconectó el ordenador.  Y retiró la silla.
Apagó la luz del flexo, que era rojo.
Encendió la tulipa malva, que hacía discreta la penumbra en el salón.
Subió, quedo, la escalera de enebro, porque Ricardo dormía.
Y salió al terrado, cerrando tras de sí, firme, la puerta, para que no crujiera.
La leve brisa fría que baja de la Sierra en el estío para anunciar que está llegando el alba le acariciaba el rostro; mientras fue a apoyarse sobre la balaustrada.
En el horizonte del este se adivinaba ya, dibujándose, el albor.
"¡Qué bello este momento único, ambiguo y fugaz; ni de ayer ya ni todavía de hoy!" -está pensando.  Y un golpe de brisa le enreda el pelo largo que, reclinada como está, pende sobre sus pechos desde los hombros.

Se está apagando el silbo melancólico de pájaros nocturnos entre frondas que aún no llegan a percibirse.
Seguramente en el bosque vecino la raposa aviva en la oscuridad el paso buscando reganar su guarida.
Y el relente frío habrá levantado de sus camas en la intemperie a las liebres primeras, que andarán ya a buscar refugio en el espesor.
"Ser feliz es cultivar momentos como éste; y tener un nuevo libro empezado", piensa Ángela.
Un musgaño que anda hurgando entre las yerbas secas del ribazo del huerto la distrae.
También un perro lo ha advertido; sale desperezándose desde el alcorque del nogal bajo el que pernoctó; adivinando al ama en la penumbra de la terraza, como saludándola, mueve la cola; y se dirige husmeando hacia donde se oye, agitado, hozar en la yerba el ratón.
La proximidad del perro levanta en los juncos de la orilla del río el estrépito alborotado de un bando de azulones que remonta el vuelo voznando.
Se escucha en el silencio que alguien por la cañada aún a oscuras, se dirige hacia el campo.
Ya mana en el horizonte del este, perceptible, la luz; que es rosa y grana al despuntar.
Ya vuelan, inseguros, los pájaros primeros.
Ya es hora.
Ángela se incorpora; tiene el pelo escarchado de rocío.
Mientras se desnuda, sin luz ni ruido, en la alcoba, Ricardo se remueve.
-¿Qué hora es?
-Amanece.
-¿Has avanzado?
-No. Me bloqueo en el arranque de la secuencia final del primer movimiento. Está en el ordenador. Míralo luego.
Y se acostó a su lado.
Y lo besó.
-Hoy subiré con los campesinos que siegan en la Junta de los Rios. Volveré tarde.
-Estaba el alaba rubia; habrá tormenta. Ten cuidado.



Avelino Hernández
Campodelagua 
(1990)




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