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EL DESASTRE DE ANNUAL: "IMÁN" Y LA NOVELA HISTÓRICA DE SENDER (Francisco Carrasquer)



¿De que trata Imán?. El ámbito temporal abarcado este quinquenio entre 1920 y 1925, y en especial las posiciones de la zona de la comandancia de Melilla; pero el pivote sobre el que gira prácticamente toda la novela es el famoso "desastre de Annual" en el verano de 1921. La acción álgida de Imán se desarrolla en una posición cubierta de Annual, llamada en la novela R. De modo que "el desastre" se revive un poco al sesgo de su centro de gravedad, si bien con las mismas consecuencias "desastrosas" que si el episodio se hubiera preferido a Annual mismo. Los preparativos de la acción culminante -la defensa y pérdida de la posición R- ocupan las primeras ochenta y tres páginas. Esta acción crucial en sí misma se desarrolla a lo largo de unas treinta páginas y el resto, hasta la última página  (272), lo ocupan la retirada, un contraataque y la vuelta a España del protagonista licenciado. Este -el protagonista Viance, que como indica el título atrae las gracias como el iman las limaduras de hierro- es el único hilo ensamblador del relato. La obra no tiene, por lo demás, trama novelesca propiamente dicha. De ahí que, por la forma, se haya dicho que es el libro un reportaje o una crónica más que una novela, lo que no admitimos -y este capítulo está destinado a probar lo contrario- desde el momento en que Imán no nos enseña. Episodio histórico a base de datos, sino que nos hace vivir en un mundo único y convivir con criaturas también únicas que nos dan una síntesis de humanidad única, por añadidura; todo lo cual es la definición de la novela, más o menos. Pero de todo esto ya iremos hablando más despacio. Sigamos con lo que llamamos el "contenido", con el perfil, relieve o "bulto" de Imán a simple vista. Lo más largo e importante del libro es la huida del (anti)héroe. Y lo verdaderamente épico (si se quiere, épico de signo adverso, pero épico). Ninguna escena militar se prolonga demasiado. De otro modo, le sería imposible al lector aguantar el ritmo brillante de las descripciones "alucinadas" de Sender. Siempre intercala a tiempo escenas de vivac o de blocao, diálogos de centinela o de cantina, encuentros imprevistos y, sobre todo, evocaciones de Viance con el narrador Antonio (nombre con el que se presenta el autor) o sin él, asociaciones de ideas de sentimientos e intuiciones más o menos confusas y explícitas. La novela está escrita en primera persona, aunque el autor interviene directamente muy pocas veces como personaje-narrador.  ¿Habría sido mejor que la hubiese escrito en tercera persona? He aquí un problema técnico nada fácil de resolver a posteriori. Sobre la marcha, si a uno Le da por recordar -caso muy raro, porque el lector está materialmente emballé en el relato- que no es el autor el que vive la peripecia, se hace inverosímil que el autor de la reproduzca tan detalladamente y sobre todo tan interiorizadamente. Dentro de la realidad expuesta en la novela, el autor es el confidente del protagonista y se puede dar por supuesto que va reconstituyendo todos los pasos de éste por habérselos contado. Pero esta suposición no deja de ser gratuita, aunque nos venga a las mientes espontáneamente. La novela empieza describiendo una marcha y Viance va en los batallones que vienen a reforzar la posición en que ya se encuentra el narrador. El protagonista entra en escena por las buenas, como quien no quiere la cosa, sin punto y aparte, después de una coma: "Y casi todos (¿con?) una mirada deslustrada, que en Viance es una lejana y feliz mirada de estupefacción". Con Viance entra ya en acción, a la segunda página, el contrapunto de la obra: la poesía barrida o sofocada por la realidad que se cierne de tanto en tanto en los confines del recuerdo como un espejismo en el desierto más cruel. Pues bien, de hecho es una novela en tercera persona, pero formalmente en primera. Tal vez sea esta ambigüedad -premeditada o no- un buen artificio para hacer pasar la reflexión de Viance, de lo sentido o intuido muy vaga y balbucientemente, a lo plenamente expresado.  Muchas veces se da cuenta el autor de que su personaje no puede hablar o pensar como lo está expresando él y se vale de este artificio variamente indicado: "Estas reflexiones no las resuelve Viance; pero las plantea oscuramente y quedan iniciadas en la subsconsciencia, otra vez alerta" (...) Caso límite de estos recursos es la escapatoria que se da Sender al dejarse llevar un poco por la oratoria, esta vez no con Viance, sino por boca del extraño eremita español que va coleccionando herraduras de los caballos muertos para venderlas por cuatro perras en el zoco. Después del discurso (que para las intenciones de la obra es seguramente central), el autor se da cuenta de que es inverosímil (ya se sabe que podía ser real, pero la realidad en la novela -la verosimilitud- no se puede permitir los lujos de arbitrariedad de contrastre y de absurdo que la realidad se permite), y en vez de eliminar la parrafada nos la hace tragar con el comentario final que está reforzado hasta con puntos de admiración.

Francisco Carrasquer
"Imán" y la novela histórica de Sender


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