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LO DEMÁS ES SILENCIO (Augusto Monterroso)

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HABLAR DEL ESPOSO SIEMPRE ES DIFICIL

(GRABACION)
Por Carmen de Torres





Usted me pide de pronto, así como así, que le hable de Eduardo. Y bien, hablar de un esposo siempre es difícil, pues las mujeres o queremos a nuestros maridos, o los odiamos, o incluso a veces hasta llegamos a ser indiferentes.

Como es bien sabido, yo a Eduardo lo conocí desde que éramos muy jóvenes, casi niños; pero él en esa época ni se fijaba en mí, pues yo como de costumbre bien tímida, no me atrevía ni a mirarlo. Sin embargo, pese a todo, con el tiempo nos fuimos encontrando en las fiestas y en las heladerías del barrio y después de los consabidos paseos en coche metiendo mucho ruido para que los demás nos vieran, nos fuimos haciendo novios, como todos los de la sociedad de San Blas, hasta llegar al matrimonio, que era la única manera de legalizar unas relaciones que hubieran sido tormentosas a no ser por el temperamento tranquilo de él y impaciencia para soportar desde entonces sus lecturas y sus pretensiones de tipo amoroso, que no se puede decir que hayan llegado nunca al erotismo o no, pues como es natural no deseo entrar, y menos en este caso, en pormenores o detalles digamos íntimos de aquellos días que le aseguro y hasta se lo podría jurar que nadan en boca de cuanto chismoso hay en San Blas, en donde cada mujer sabe quién fue novia de quién o amiga de quién, como se dice ahora para suavizar, anduvo con quién, y es lo que más se usa aquí para saber los amores de cada quien.

Pero estas comidillas y chismes propios de cualquier lugar chico (pues lo que digan San Blas aunque sea grande siguen siendo un pueblón) pronto se superaron gracias a que lo nuestro, bueno, que Eduardo y yo andábamos juntos, o lo sabían muchos o lo sabían muy pocos, y a que los muchos o pocos que lo sabían andaban o habían andando con nosotros.

Lo verdaderamente difícil vino después, ya establecidos y casados, cuando él comenzó enserio con su vocación de estudioso y no salía para nada en las noches, y claro, empezaron a llegar los hijos uno tras otro, como si no tuvieran otra cosa que hacer.

Eduardo era muy casero en ese tiempo y leía mucho, pero en las noches le gustaba descansar a toda costa. Le aseguro que nos es exageración, pero a veces leía mucho, pero en las noches le gustaba descansar a toda costa. Le aseguro que no es exageración, pero a veces leía tan exageradamente en la cama que muy pronto se quedaba dormido con el libro en la mano y en la mañana siguiente, cuando yo despertaba y me desperezaba un poco, sentía algo inquietante y como duro en medio de los dos y por lo regular era un tomo de alguna novela o hasta de Cervantes.

Usted comprenderá que así las cosas se tienen que dificultar desde el principio. Por supuesto, consientes del papel que como mujer me toca desempeñar en el hogar, fui haciéndome lo mejor que pude a su manera, sobre todo considerando que a veces no se trataba, digo, de un libro tan serio como los que he mencionado, sino de alguna revista más ligera, a las cuales por las mismas razones y porque se me empezó a pegar el afán de aprender para no ser tan tonta, me fui aficionando poco a poco para ayudarlo en su trabajo y poder salir adelante. Porque esto es precisamente algo que a mucha gente se le olvida y a lo mejor ni las mismas mujeres lo piensan: la responsabilidad que contrae una esposa cuando se casa con un hombre de prestigio como Eduardo y a quien al mismo tiempo uno ha conocido de toda la vida. Después la cosas se complican tanto y vienen tantos problemas y observaciones que uno va anotando (1) casi sin quererlo, que uno se convence de que su marido es un gran hombre y en tal caso pues lo respeta a como dé lugar y se aguanta, o uno se va dando cuenta cada día de que tal gran hombre no existe sino que lo que sucede es que tiene deslumbrado a medio mundo y cuando viene gente uno oye que él dice la misma frase, o cuenta el mismo chiste o la misma anécdota con palabras y gestos igualitos hasta que uno se lo sabe de memoria i sin embargo uno debe reírse o hacer un comentario como si fuera la primera vez que lo escucha, para ayudarlo, o en todo caso exclamar admirativamente “¡cómo eres!”, para que los otros crean que un se sorprende de sus frase ingeniosas; o que afirman muy serios que están escribiendo algo importante y uno sabe que han pasado toda la semana durmiendo la siesta con el pretexto de que tienen mucho trabajo, lo que va haciendo pues que uno dude, digo; claro que por otra parte uno se ve hasta con coraje cómo leen a toda hora y toman a cada rato notas como si eso fuera lo único que tienen que hacer. Ya se pueden imaginar que esto va dando como resultado que por último uno se confunda y no sepa muy bien a qué atenerse. Yo, por ejemplo, como en la casa Eduardo es tan sencillo, me admiro de que con frecuencia vengan personas famosas de las regiones más apartadas del estado y del extranjero a verlo, y él con sus dos o tres preguntas fíjese bien, con dos o tres preguntas comprometedoras referentes algún libro que acababa de salir o algo así los pone en aprietos desde el mismo momento que entran y ni siquiera han tenido tiempo de sentarse. En los primeros años yo me entrometía mucho y delante de todos le decía que se dejara de cosas, que él tampoco había leído esa novela o libro, pero entonces Eduardo soltaba una carcajada como dando a entender a las visitas que yo era una bromista de marca; ésa es una de las formas, por supuesto, en que él resuelve el problema de tener que soportar a una mujer criticona como yo; pero a mí no me engaña, aunque como le digo, siempre me quedan mis dudas y pienso si en el fondo no seré yo la tonta; es difícil no crea.

Recuerdo que en los primeros meses de nuestro matrimonio a Eduardo se le metió a pie juntillas (2) en la cabeza que yo leyera libros de filosofía o de literatura más seria con el objeto de que yo pudiera estar también en la sala cuando había visitas, pero la verdad es que para un apersona de provincia Siddartha o cualquier otro por el estilo es muy difícil y yo lo que hacía era pues aprenderme unas cuantas anécdotas de algún filósofo como aquella del que le gustaba salir de su casa todos los días a la misma hora y la gente ponía su reloj cuando él pasaba, o de algún músico polaco, o si no, de perdida, de alguien muy famoso que me había tenido en sus piernas, y así los amigos intelectuales de Eduardo aprovechaban la oportunidad para hacer sus chistes de doble sentido o me preguntaban si eso había sido la semana pasada y yo pudiera decirles que cómo eran. De cualquier modo, si uno está rodeado de un hombre así, algo se le pega, aunque sean las mañas, ¿no cree? (Risa)

Ya hablando en serio, como Eduardo recibe todos los libros y revistas yo le ayudo a abrirlos o a guardarlos y en esos ratos con un poco de atención y más si es pintura algo se le va pegando a uno por tonto que uno sea y por eso me puede oír de vez en cuando mencionar uno que otro nombre impresionante, aunque si usted se pusiera a escarbar un poco descubriría que sé tanto como Eduardo (risa). ¿Ya ve por qué el dice que soy muy bromista? En verdad esto es algo que no se me puede quitar desde que era estudiante y siempre estábamos haciendo bromas, aunque a veces yo sé que ahora me río de los puros nervios, como ahora con la grabadora, peo usted ya me prometió que va a suprimir las tonterías, ¿verdad?

Pues bien, con le tiempo Eduardo empezó a escribir sus artículos para el periódico y sus cosas en general y a convertirse en persona importante en San Blas, pero debe ser porque aquí nadie sabe nada y no me importa si se enteren de que lo digo porque ellos también lo dicen y es mejor adelantarse a decir lo de ellos y no que ellos se adelanten a decirlo de uno. Para mí todos son unos farsantes, casi empezando por mi marido que habla y habla todo el tiempo de cosas elevadas (ay sí) pero que en su tiempo apenas se ocupaba de sus hijos y me dejaba a mí toda la carga, cuando lo hacía era para decirles que leyeran tal o cual cosa, como si eso sirviera para algo o diera para comer, aunque en esta casa nunca haya faltado nada, y gracias a Dios ellos ya están grandes y no salieron como él. Como yo nunca he tenido pelos en la lengua se lo digo siempre: ¿Qué hacen tú y tus amigos? Pasarse todo el día en el bar o en el café hablando de las mismas tonterías y divirtiéndose a saber qué, mientras uno tiene que estarse en casa lidiando con las sirvientas, que es lo único que desgraciadamente sabemos hablar las mujeres aquí de San Blas.

Así, pues como le digo, Eduardo se fue volviendo cada vez más famoso con lo que escribía al mismo tiempo que iba sacando su carrera de abogado en la Universidad, de la que salió como a los treinta años por flojo, sólo que nunca ha querido ejercer su profesión por estar día y noche preocupado por la literatura, la filosofía, las cuestiones políticas de aquí y mundiales y cuanto hay. Sin embargo, yo no puedo quejarme, porque la verdad siento que así está más seguro en la casa sin tener que andar buscando pleito o, como él dice, echando a las pobres viudas desvalidas de sus casas por cuenta de otros, además de que sé que él siguió la carrera de Leyes no porque en realidad le gustara sino porque los poetas y escritores de aquí siempre siguen la carrera de abogados para poder trabajar en relaciones o en algún ministerio de pérdida, o tal vez lo hizo para complacer a su papá que todo el tiempo lo estuvo empujando a titularse en alguna profesión, pues no dejaba de repetir, y yo creo que en eso sí tenía la razón, pues es como la ropa que como lo ven lo tratan a uno, que aquí un título abre muchas puertas, aunque Eduardo decía que no deseaba más puertas que las de luz, que según él son los libros abiertos.

Después, cuando ya los muchachos más grandecitos nos establecimos en esta casa que dejó su papá cuando murió, comenzó otro de los calvarios de una mujer casada con intelectual, siempre por la cuestión de los libros, que son la adoración de Eduardo, y a mí le confieso que me tienen hasta el copete con la tareíta de abrir los que vienen con la hojas cerradas y por el polvo que la criada tiene que estarle sacudiendo.

Desde entonces la casa comenzó a llenarse con todo tipo de volúmenes encuadernados o hechos garras que al principio Eduardo conseguían en librerías de segunda mano a las que en ese tiempo se iba sin falta todas las tardes con cualquier pretexto o amigo. Ahí venía cargado con ediciones dizque raras por lo generadle poetas más bien desconocidos de otras provincias o Estados y del mismo San Blas, que compraba, fíjese que estoy hablando de aquel tiempo, por veinte centavos o por un tostón, lo que le servía de excusa o de mentira, pues para que yo no me enojara por el gasto me convencía de que eran una ganga y de que los libros valían en realidad bastante más, y todavía valdrían mucho más con el tiempo como los cuadros, pero éstos casi siempre se los regalan sus amigos pintores y él los tiene que colgar aunque no le gusten, bueno los de los que están vivos y cerca, porque si llegan de sorpresa y no los ven a la sala creen que los hemos vendido y preguntan, dónde pusiste mi cuadro; aunque cuando vienen gentes y ven aquellas largas hileras de libros en los estantes de él a unos, a los que saben de libros, les asegura que los compró por una suma ridículamente baja para que ellos, yo creo, le tengan envidia y admiren la suerte que tiene cuando va a la librería de viejo; y a otros, a los que considera más tontos, les dice que le costaron carísimos pero que ya saben que comprar libros es el pero negocio porque a la hora de venderlos nadie quiere dar nada por ellos y que en cuanto él se muera es seguro que yo (mirándome maliciosamente) los voy a ir a malbaratar luego a alguna librería de libros usados como lo hacen todas las viudas de los grandes escritores, al oír lo cual ellos por cortesía siempre me sonríen como para darme a entender que ellos saben que es broma y dicen que no, que están seguros de que yo sí sé apreciarlos. Pero si quieren que les diga la verdad, cuando legue el momento yo no voy a saber qué hacer pues el gobierno ya no quiere comprar la bibliotecas por lo que valen pues dicen que hay muchas y que todas tienen los mismos libros con las mismas dedicatorias y no quieren repetirlas, a lo que Eduardo siempre se adelanta sosteniendo que así como no hay dos huellas digitales idénticas para descubrir a los criminales comunes y corrientes, de la misma manera se podía descubrir una buena biblioteca porque no hay dos bibliotecas exactamente iguales, y qué casualidad que siempre que va a casa de un amigo se sorprende de ver los libros que éste tiene y a él le faltan, y el otro lo mismo cuando viene aquí; y eso que de acuerdo con su determinación de no dejar que los libros lo echen de la casa ha sacado montones que tenía repetidos pues la mayoría de los editoriales les envían paquetes y a veces los autores también los mismos con las dedicatorias, y a pesar de que asegura que no hay libro malo (aunque en ocasiones se contradice y sostiene que va a regalar todos los que no sean de sus especialidad y cuando ya están los alteros hechos se arrepiente y a los ocho días vuelve a colocarlos en el mismo lugar donde estaban antes y entonces se queda tranquilo y yo a veces lo sorprendo acariciándoles otra vez los lomos de cuando en cuando, como si se disculpara con ellos arrepentido en el fondo de lo que iba a hacer, y yo pues me hago como que no me he fijado y fijo que sólo iba a arreglar un florero y me vuelvo a salir sin decir nada porque cada quien tiene sus manías, ¿no es cierto? A mí me pasa lo mismo con la ropa o con las cosas de la cocina, que aunque ya no me la ponga o ya no me sirvan no me decido a deshacerme de ellas o a regalárselas a alguien que tal vez las necesite más que yo, pues pienso que algún día me puede volver a servir aunque en ese momento ya no me gusten, ya ve cómo es uno), los guardas todos, menos los repetidos, como le digo, que dona en pequeños lotes a la Universidad o a alguna institución educativa a la que pueden llegar los estudiantes o los pobres a verlos. Otra cosa que le encanta son los libros empastados, lo que a mí me saca de mis casillas y le digo que las pastas no se comen porque engordan (risas); fuera de broma, tiene ya por lo menos sus seis mil doscientos encuadernados en piel o en material muy parecido. Sus colores predilectos son el azul y el rojo, que a decir verdad se ven de lo más bonito en los estantes llenos y llaman la atención de cuanta visita llega a la casa; aunque me disguste, eso a mí me gusta, porque en realidad si uno se fija bien se ven muy bien, incluso Eduardo dice a veces de chunga que él tiene los libros como adorno, que para él los libros son objetos de adorno, decorativos, pero por supuesto en esto como en otras cosas aunque tal vez sea cierto nadie le cree y sólo se ríen. Las colecciones son también muy lindas (pero ya casi no caben y quién sabe si finalmente y a pesar de todo no tendremos que salir de esta casa por culpa de ellas o tomar más bien un departamento que ojalá fuera a lado de la casa para que a él le quede cerca y a hora de su muerte, que ni quiero pensar en eso, si se hace el fideicomiso yo pueda vigilar todo desde allí, sin que se vea feo, para que no se las lleven sin que esto sea adelanta vísperas) y él explica que las compras, así como las obras completas de todos los autores en varios idiomas, porque como escribe tanto en cualquier momento puede tener que consultarlas para resolver una duda, o sacar una cita, o en fin. Yo creo es que Eduardo no es un hombre práctico por vivir pensando en las ideas; para él a cultura y se acabó, gracias a lo cual dichos sea de paso vivimos en la pobreza que usted ve, que aunque digna, bien pobreza es ¿Imagínese con su biblioteca cuántos puestos públicos podía tener como han conseguido otros con bibliotecas más pequeñas? Pero él que dale con su Cincinato y su querer vivir apartado de los cargos, como si con eso se comiera. Yo a veces me canso y hasta le digo que se fije bien en lo que están el Fulano y Fulano sin necesidad de dárselas de tan puros, pero después me arrepiento, pero esa fue la cruz que escogí en la vid ay ni modo, ¿no cree?

¿La vida social? Qué le diré. Aquí por lo general acuden muchas personas, visitas más bien formales que Eduardo recibe como parte de su trabajo o de su apostolado (ay sí). ¿Vida social propiamente dicha? En realidad casi ninguna. De vez en cuando nos reunimos aquí o donde algunos colegas de Eduardo. Cuando vienen a casa con señoras es a veces a medio día, lo que yo realmente prefiero, porque se van más temprano, uno recoge las cosas y arregla un poco y Eduardo puede descansar a su gusto y al otro día estar bien a la lectura o su paseo digamos unas ocho gentes que pueden ser amigos entre sí, o no, según el caso. Si son amigos la cosa resulta más fácil y cuando todos se ponen serios o se produce un silencio uno mimo puede hacerlo notar sin que se note, pero para evitar esto siempre ponemos algo de música de fuerte de los grandes maestros o ligera tipo americano, bueno, las cosas van menos difíciles aunque por l regular es un poco aburrido, especialmente cuando los amigos son de los que se ven mucho y se saben uno a otros sus modos, sus chistes, y sus respuestas, y a pesar de todo se ríen y yo también tengo que reír para que vean que no soy tan tonta y que entendí. A veces, en las noches, las reuniones son mixtas, o sea cuando son de amigos y de una o dos parejas nuevas que viven en San Blas o que están de paso. De estas últimas tenemos muchas porque los amigos de Eduardo en el extranjero siempre les dan el número de teléfono para que en cuanto lleguen lo llamen y pueda ayudarlos a resolver cualquier problema, o simplemente, como es tan simpático, ¿ve?, para que lo visiten, pues saben que él estará encantado en conocer más gente, como si estuviera tanto tiempo para ver cada vez de nuevo alguna pirámide, templo o el ballet local. Este tipo de reuniones, que podría parecer más difícil, no lo es, porque uno desde el primer momento hace las presentaciones de los amigos de aquí con los de paso y entonces ellos se encargan de toda la conversación, que gira generalmente sobre cómo se dice cada cosa en cada país y las palabras en tal o cual parte, y las vergüenzas, más bien divertidas, que se pasan por esto, sobre todo si el interesado es embajador o va a dar conferencias y no se le informa antes, y resulta diciendo en el Ministerio o en otra embajada algo que todos se quedan viendo unos a los otros, o alguna barbaridad que sonroja a la esposa del Presidente y ella se tiene que subir el escote o bajarse la falda o algo; o sobre amigos comunes que ahora viven en otro país y uno no sabía, o que se han divorciado y uno tampoco sabía, a pesar de que eso ya se veía venir pues el tomaba mucho o ella tomaba mucho o algo. Otro tema bueno ahora es la contaminación o la escasez de petróleo y lo beneficiosa que finalmente va a resultar para el uso de las bicicletas, pero a Eduardo lo aburre y dice que la campaña no debe ser contra el ruido o el humo sino contra la estupidez humana y otros se ríen dando oportunidad a Eduardo de contar alguna anécdota de las que le digo que ya me sé de memoria, o de tratar de poner a todos de acuerdo con esa su seriedad que a mí me da tanta risa aunque no se me note.

Bueno hasta ahora me he referido a las cenas que aquí en San Blas nosotros llamamos de sentados, o sea las serias, con velas para que se vea más bonito y las dos criadas de uniforme almidonado sirviendo por el lado izquierdo y recogiendo los platos por el derecho, lo que no deja de ocasionar problemas molestos dada su ignorancia de qué lado está cada lado y uno tiene que estarles echando miradas furiosas para que se acuerden de los lados. Pero también nos reuníamos de vez en cuando de noche de la manera más informal, digamos unos veinte o veinticinco más el mesero, que uno no alquila para presumir como algunos creen sino para que ayuden a servir las copas y traer y sacar los ceniceros por lo menos al principio porque después hay como más confianza y cada quien se sirve y hace lo que quiere con su cigarro; pero de estas muy poco porque Eduardo se entusiasma con el trago y luego se cansa mucho con lo madrugador que es y al día siguiente se queja todo el día, pero yo ya no le digo nada porque es peor.

Por lo general lo que más nos gusta de la vida social son los actos culturales, las inauguraciones de la pintura ya sea moderna o antigua, los conciertos, los estrenos de la ópera, incluso la nacional, aunque digan, y eso sí que es una verdadera lástima que no podamos ir nunca por las distancias y el problema del tránsito y de los estacionamientos que es más fácil ir de aquí a otra ciudad que de aquí al centro, lo mismo que nos pasa con el cine sobre todo con el teatro, que Eduardo adora más que nada, pero que por las mismas razones tenemos que perdernos casi siempre de algo bueno, aunque casi nunca hay buenos actos culturales. Otra cosa: como entre nosotros el público culto no es muy abundante, a veces uno se tiene que dividir o multiplicar cuando los actos culturales son varios; por ejemplo, digamos, si algún día hay actos en dos partes distintas, se procura que los horarios sean diferentes por lo menos en media hora porque si no la gente no sabe a cuál ir y si escoge uno de un filósofo que da su conferencia queda mal con otro de un poeta que también da su lectura, y si hay tres, añadido digamos el de un pintor, pues peor, porque entonces queda mal con dos, y en tal caso tiene que correr en su coche como pueda para hacerse ver aunque sea un ratito en cada uno y quedar bien con los tres, o de otro modo despertar los celos siempre inevitables en cualquier carrera.

Sí; un día típico de la vida de Lalo es más o menos como todos los días. Se levanta muy temprano, cuando oye cantar los primeros gallos. Su hermano, que según me cuenta escribió algo para usted, decía que como a Arquímedes a Eduardo le gusta escribir en el baño y que cuando se le ocurre alguna idea o ley sale corriendo a la calle gritando no sé qué cosa, o como Marat cuando recibió su merecido castigo de Carlota en Weimar; pero si quiere que le cuente la verdad y me promete no decirlo, yo nunca he visto esto. Al contrario, cuando termina de bañarse sale de la tina y desayuna lo de siempre y se pone a esperar todos los periódicos, que en cuanto vienen lee minuciosamente excluyendo las secciones de los crímenes (los cuales no le gustan nada) y de deportes, que prefiere ver en la televisión cada vez que los hay para matar sus ratos de ocio, que son los más; lo que lee siempre con profundo interés son los editoriales dizque a fin de normar su criterio, pero nunca está de acuerdo con ninguno por lo intransigente que es en materia de opiniones ajenas aunque siempre dice que daría la vida porque otro tenga derecho a dar la vida por sus ideas. Después pasa a la biblioteca y se dedica un rato a ver desde lejos los libros, y si por cualquier circunstancia o descuido éste o aquél está fuera de su sitio, o de sí, como él dice por chiste, lo coloca bien; luego escoge alguno y se arrellana en su sillón de cuero favorito, en donde lee como hasta las once de la mañana cuando empieza el calor; a esa hora toma su sombrero y su bastón, y con otro libro, que a veces tarda mucho en escoger, bajo el brazo, sale a dar su paseo matinal al parque para observar la naturaleza (ay sí) y o se pasea en el parque leyendo muy serio, o se encuentra con otros atarantados como él, con los que discute las noticias del día o algún libro que lleva él o del que ha traído alguno de sus amigos. Alrededor de la una regresa bien cansado el pobre, por lo que la muchacha ya sabe que en cuento llegue debe llevarle su refresco. Después de un buen rato de reposo sigue leyendo algo, pasando a comer solos él y yo, excepto cuando algunos de los hijos, excepto cuando alguno de los hijos se presenta como de costumbre con su esposa y sus niños y hay que poner más platos y aquello se vuelve más bien pesado, que me dispensen. Después de comer viene la siesta, que no perdona jamás por fatigado que se encuentre; pobre Eduardo, la verdad es que en los últimos tiempos lo veo muy cansado, o será el calor. Como a las cinco, ya un poco repuesto, baja de nuevo al a biblioteca a leer o a escribir alguna de las cosas que siempre se le están ocurriendo (ésa es otra: a veces a media noche se despierta, enciende la luz unos instantes, anota algo en un papelito y se vuelve a dormir y en ocasiones a despertar otra vez para repetir la operación, con el consiguiente disgusto de mi parte como supondrá, ¿no?; pero él siempre me explica que tiene que ser así porque si en el momento no lo hace a la mañana siguiente no se acuerda de nada) y que finalmente no sé si las escribe de veras o es en broma porque la gente siempre se ríe al leer lo que escribe. Cuando no se le ocurre nada escribe pensamientos. Si todo marcha bien, la tarde transcurre tranquila y él sigue leyendo o escribiendo sin que nadie en la casa le haga ruido y sin contestar el teléfono, de lo que me encargo yo para decir que no está o para tomar los mensajes. Pero con frecuencia viene alguien sin avisar, por lo general escritoras o escritores jóvenes de San Blas que les traen sus obras ya sea para que él les diga qué tal están o para pedirle un prólogo o recomendaciones para las editoriales o becas. Yo sinceramente creo que aunque él se queje esto le gusta, pues siempre los recibe muy amable y los invita a que pasen y les hace toda clase de preguntas, que qué les gusta más, que si han leído esto o aquello y cosas de ese tipo; yo lo sé porque antes me quedaba un rato y les ofrecía café; pero con el tiempo me aburrí pues las preguntas eran siempre iguales lo mismo que las respuestas. Cuando son muchachos primerizos él es muy atento y les escucha todo; finalmente, después de consultar su agenda, les pide que le dejen el original y que regresen dentro de unos quince días o algo así. Con las mujeres es más caballeroso todavía y entonces se las da de antiguo muy solicito sin que por eso el viejo sinvergüenza deje de echar miradas a las piernas de las golfas que podrían estar pensando en algo mejor o más útil y no en esas cosas que están bien para los hombres; pero en fin, él también les ruega que regresen en unos cuantos días, o semanas según el volumen. Yo no sé que le pasa a Eduardo, si es por hipocresía o qué, pero el caso es que hasta ahora a nadie le ha dicho que su libro no sirve para nada; al contrario, por lo general les dice siempre cosas muy bonitas, que sigan por ese camino, etc, etc. Sobre eso se cuentan en San Blas muchas anécdotas: que si a veces, cuando regresan, a los cuentistas les sale con que qué buenos poetas y a los poetas que qué buenos cuentistas; pero que ellos por miedo que aquí se le tiene debido a su influencia en San Blas y sobre todo en el extranjero, no se dan por ofendidos, aunque se marchan con la idea de que ni siquiera ha leído lo que le dejaron; pero qué va, si es rebuena gente con todo esos haraganes que sólo vienen a quitarle el tiempo como si tuviera toda la vida por delante.

Cuando por fin se va y termina de caer la noche, a él le gusta quedarse solo y escuchar un poco de música, regional o de Beethoven, hasta que le entra el cansancio y empieza a cabecear. Yo entonces, como lo conozco y sé lo que está pasando si lo viera, le digo suavecito desde la recámara: “Lalo, Lalo, ya es tarde”, a lo que él me responde que sí, que ya viene, y poco después, restregándose los ojos que se le cierran del puro sueño y medio arrastrando los pies, sin merendar ni nada, pues si lo quiere usted saber la comida es lo que menos le interesa en este mundo, llega, siempre con el libro bajo el brazo, a nuestro cuarto, donde yo le tengo ya lista la cama con sus sábanas frescas; entonces se desviste y se acuesta un poco trabajosamente y después de leer todavía durante varios minutos y sin decirme a veces ni buenas noches Carmela, se va quedando dormido con el libro sobre el pecho, imaginando a saber qué cosa el viejo pícaro, pues medio se ríe entre sueños con esa expresión tan suya de quien no mata una mosca, y que, como quiera que sea y para decirle la verdad, es lo que en ese momento me hace quererlo más que nunca y aguantarle todas sus mañas.


Augusto Monterroso
Lo demás es silencio, 1978

  

Lo demás es silencio
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(1) La señora de Torres pudo haber dicho“anotado”; pero en la grabación no se nota.
(2) Expresión todavía común en San Blas.






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